En un viejo café

En este histórico café de muertos y fantasmas, observó a los seres solitarios, esos que, como yo, suponen que están vivos. Llegan a la medianoche y se van cuando los gallos cantan. Es un local antiguo, un café emblemático que funciona las veinticuatro horas, en el barrio de San Telmo.

Las paredes están cubiertas con fotos de famosos que frecuentaban el lugar… viven congelados en un instante eterno. A uno de ellos se le borró la imagen y dejó el cuadro vacío como testigo… otros perdieron la fama, hace tanto que murieron que ya nadie los conoce.

Entre los que nos suponemos vivos está el noctámbulo triste, ese que bajito escucha tangos. Sufre de nostalgia. Arropado en su letargo gris, mira por la ventana. ¡Se lo ve tan aburrido! pero yo no me atrevo a entrar en su sueño de quimeras absurdas, ni con la imaginación.

En otra mesa descubro al parroquiano ansioso:  se mueve de un lado a otro, cambia de silla, sale a fumar a la vereda, tira el cigarrillo por la mitad, entra y llama constante por el celular (sospecho que a la dueña de sus inquietudes), debe marcar equivocado porque nunca habla con nadie. 

Una mujer también mira obstinadamente por el ventanal la calle iluminada. Tiene la típica expresión de la joven provinciana que vino a conquistar a la esquiva Buenos Aires. Una taza de café con leche y una medialuna sin terminar la acompañan. Sobre su falda, un libro abierto. Probablemente pasará la noche en el resguardo del local. 

Estoy sentado en una mesa, frente al espejo, asombrado de que al mirarme no me refleje.

SUSANA GILARDI