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RINCóN LITERARIO

13 de abril de 2025

Laberinto

Hay una vieja sentencia urbana, y muy porteña, que dictamina: “queda terminantemente prohibido dirigirse a la manzana de las calles Berna, Marsella, La Haya y Ginebra. Si alguien se animara a dar la vuelta completa, aparecerá en cualquier otro lugar del barrio Parque Chas, menos en el que debería”. Este es el escenario del sórdido misterio narrado por Alicia Alvarez, que bien podría remitirnos a un pensamiento de Alejandro Dolina: “En realidad, no conviene acercarse a Parque Chas.”

Laberinto

Mi nombre es Hernán, me gusta caminar por la calle La Haya, de veras me fascina esta zona.

Mi tío Francisco, hermano de mi padre, vivía en una casona sobre esta misma calle. Él decía que se dedicaba a los negocios, aunque nunca supimos bien a qué tipo de negocios. El tío tenía una conversación brillante y convencía a cualquiera con sus argumentos pero poco se sabía de su vida privada. Algunos vecinos comentaban que lo visitaban mujeres desconocidas y que sus misteriosos encuentros sucedían siempre por las noches.

Había una vecina, Doña Pía, que vivía en la casa de al lado y disfrutaba de los chismes y habladurías que la enigmática vida de Francisco desencadenaba por todo el barrio. 

Mi tío solía viajar con frecuencia a los países limítrofes, siempre aclarando que se trataba de asuntos de negocios. 

Pero una noche, cuando él recién había regresado de uno de esos viajes, en el barrio se escucharon ruidos y voces extrañas que provenían del interior de la casona. Al parecer, la reunión se prolongó hasta la madrugada. Doña Pía no pegó un ojo esa noche, tratando de descubrir quién o quiénes habían sido las visitas de Francisco.

A la mañana siguiente, cuando la mujer que hacía las tareas de la casa puso la llave en la cerradura sintió que algo diferente sucedía. 

Sobre el sillón del living, vio el cuerpo del tío Francisco, sin vida, con  un hilo de sangre que salía de su boca mientras un rictus de terror dominaba su rostro. 

Todo se mantenía impecable, como si nadie hubiera estado allí, y mucho menos que hubiera tenido lugar alguna reunión. La mujer gritó al ver la escena, y doña Pía que estaba escuchando detrás de la pared con la ayuda de una copa, salió corriendo a tocar el timbre de la casa. La empleada le abrió la puerta y ella, no pudiendo creer lo que veía, comenzó a gritar desaforadamente.

Entre las dos mujeres, sofocando la terrible impresión, llamaron a la policía. Cuatro agentes se presentaron en la vivienda a los pocos minutos y la revisaron en detalle, pero no pudieron encontrar ninguna pista de que alguien, que no fuera Francisco, hubiera estado allí.

Años después, la casa se puso en venta y a pedido de los compradores, sufrió una severa inspección a manos del martillero encargado de la venta, un comerciante de la zona que encontró una puerta secreta, oculta detrás de un mueble. El hombre bajó unos escalones y descubrió con horror la existencia de varios cadáveres diseminados por el sótano: eran esqueletos de mujeres, desaparecidas desde hacía varios años, como se pudo comprobar más tarde.

El barrio se encontró así con un nuevo misterio sin descubrir. La casa estaba sobre la calle La Haya, una de las que formaba la famosa manzana maldita de Parque Chas. Nunca pudimos encontrar una explicación satisfactoria a todo ese macabro misterio.

                                                                                   

ALICIA ALVAREZ

 

 

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