RINCóN LITERARIO
16 de febrero de 2025
Cuento de amor

El amor, el verdadero amor, ¿nos vuelve, de algún modo, inmortales? Las personas que lo encuentran, ¿adquieren un don, una gracia especial? En esta historia absolutamente romántica que comienza y termina en un colectivo del conurbano que llega a Once, Lorena Ravlic lo confirma con incuestionable certeza.
Cuento de amor
El sol comenzaba a asomar con toda la fuerza primaveral, joven e intenso, del otro lado de la autopista. Sergio esperaba el colectivo en la parada de José María Paz; llegó corriendo justo cuando el que tomaba todos los días partía. Maldijo en voz baja y quedó primero en la fila para el próximo bus. La letanía de la rutina lo vaciaba, pero quizás él ya se sentía vacío, con una profundidad tal, que todo lo que intentaba hacer encajar, desaparecía inexorablemente.
Llegó el 57. detrás suyo, una pequeña fila de gente se había reunido. Miró de reojo si debía cederle el lugar a alguien mayor y decidió subir primero. Siempre le pasaba, acercar la tarjeta al lector le producía una enorme duda, se repetía a sí mismo que sí la había cargado, pero no dejaban de transpirarle las manos hasta que leía “operación finalizada”. Hizo un paneo rápido para verificar si había un asiento vacío y encontró solo uno, hacia el final. Asiento doble, pasillo.
A medida que se acercaba vislumbró que el asiento de al lado estaba ocupado por una mujer con capelina. Le extrañó que en pleno 2023 alguien usara ese ridículo objeto en la cabeza. Las mujeres y su mundo le eran ajenos, esquivos. Les rehuía la mirada, sentía que podían devorarlo sin compasión y cuando las tenía cerca, nuevamente le sudaban las manos.
Al momento de ocupar su lugar, algo pasó en su cuerpo, diferente. Pudo sentir cada célula de su piel vibrar, despertar, crecer. Y más que sudar, sintió que se secaba si se alejaba del cuerpo de esa mujer. El ala del sombrero no le permitía ver su rostro, ligeramente inclinado hacia la ventana. Elegante, pacífica, de porte glorioso se erguía sentada en ese asiento de colectivo de media distancia. Ella también pudo sentirlo, su piel color aceituna se erizó con la presencia de ese desconocido. No se animó a voltear el rostro para verlo pues sabía, con una peligrosa certeza, que ese imán que los atraía también podía repelerlos hasta la muerte. Nada tenían que ver las apariencias físicas ni la atracción, ni la sensualidad. Habían entrado en una sintonía que los hacía danzar a un ritmo ensordecedor, la melodía de la pasión, con una convicción de amor eterno.
Un rayo de sol se coló por la ventanilla, impactando en el cuello de la muchacha y despertando el aroma a bugambilias que invadió ese pequeño universo que los cobijaba.
El pudo ver a través de la luz los átomos que los rodeaban y se dejó llevar por la magia, cerrando los ojos y respirando lentamente, como en un trance meditativo.
Ella decidió mirarlo, ya no podía soportar no rozar sus labios. Giró lentamente su rostro, la capelina acompañó su movimiento. Lo vio. Cómo se ve a las almas heridas, a un cachorro desvalido, a un niño descalzo. Y quiso acunarlo, besarlo, acariciarlo.
Él lo supo, supo que ella lo veía, pero no pudo despertar de ese sueño en el que se encontraba. Sus manos se acercaron y en una fusión inconfundible se conocieron.
Ella giró nuevamente su rostro hacia la ventana, él abrió los ojos.
El bus llegó a plaza Miserere.
Sus manos se soltaron. Él bajó junto al resto de los pasajeros.
Ella se tomó un momento más. Sus vidas cambiaron para siempre, ya no había temor a morir, pues habían conocido el verdadero amor.
LORENA RAVLIC
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