EL RECOPILADOR
2 de noviembre de 2023
De aquellas a estas calesitas
Pintura de una calesita
Historias cercanas.
Halladas a la vuelta de una esquina.
Desde casa escuchábamos el llamado de las notas del organillo de la calesita qué repetía, con tozudez un par de canciones infantiles. Estuvo durante mucho tiempo en la esquina de Triunvirato y una calle Plaza todavía sin pavimentar.
Era una típica calesita de barrio de esa época, con aviones, autitos, cisnes y caballos fijos, originariamente impulsada por un resignado equino con los ojos vendados que, seguramente, esperó tener una vejez menos monótona y esforzada. La pintura desteñida y las oscilaciones al subir o bajar, denotaban que nuestra calesita había tenido tiempos mejores.
Al promediar “la vuelta”, el calesitero se ubicaba junto a un poste del que pendía una bocha de madera con una clavija extraíble, la codiciada “sortija”.
Mientras la calesita daba vueltas acercaba la bocha a las manos de los niños y aquel que lograba sacar la “sortija” tenía una vuelta gratis de recompensa. Los más grandes y experimentados, afirmándose con las piernas a los parantes y sacando medio cuerpo fuera de la calesita, pegaban manotazos vigorosos a la bocha, pero el calesitero hacía rápidos movimientos con la mano para evitar que ellos sacaran la sortija la que, en cambio, ofrecía suavemente a los más pequeños.
Calesitero maniobrando la bocha que porta la sortija.
La primera calesita de Buenos Aires fue toda una novedad traída de Alemania donde era fabricada y fue instalada en 1867 en “el Parque”, (actual plaza Lavalle), entre la estación Del Parque y el cuartel Parque de Artillería (actual Teatro Colón y Palacio de Tribunales) significativo lugar donde diez años antes había nacido el FCO llevado por La Porteña, la Estación del Parque; Allí al costado de la verja que protegía las vías aquel juego para niños comenzó sus giros, primero impulsada por un caballo con sus ojos cubiertos para no marearse.
En ese lugar, hoy Plaza Lavalle, fuera de cuadro
funcionó desde 1867, la Calesita del Parque.
En 1891 las calesitas comienzan a fabricarse en nuestro país y llegado 1930 el motor naftero pasa a reemplazar la tracción animal.
Nos dice don Bernardo González Arrili, historiador y costumbrista argentino (1892-1987) en su libro “Buenos Aires 1900”…
"Las calesitas continúan heroicas, alegrando a la muchachería de los barrios. Casi todas han cambiado; dejaron el caballo vendado, manejado a estacazos y colocaron un motorcito que pone trémulos a los monigotes del carrusel; el organillo se reemplazó con un pasadiscos, borrándose la musiquita circense que le daba carácter; la luz eléctrica da fulgores distintos a los bronces y cambia las perspectivas de los paisajes napolitanos -mar y volcanes- que decoran las ocho caras del armazón; el olor a caballo sudado se trueca ahora en perfume de nafta; el precio se multiplica por cuatro... En fin; el calesitero ya no se llama don Julián, ni se le caen las bragas, ni chancletea; ahora viste con cuello duro y corbata de seda. Pero, los chicos siguen siendo los mismos; se encantan con la calesita; suben a ella riendo y la dejan llorando".
Las calesitas han sufrido el embate del tiempo, pero aún permanecen en las plazas, su último reducto, fascinando a los pequeños que, alegremente en ella, siguen dando vueltas y vueltas sin avanzar nunca.
Moderno carrusel de dos pisos.
Las calesitas de hoy ya son muy diferentes, sus cisnes y demás juegos son esculturas, echas en suaves fibras de carbono y brillantes colores, que continúan alegrando a los pequeños donde la música llega a través de electrónicas “memorias”, luego de haber dejado atrás el disco, la radio, el grabador, los cassettes y el CD… lo que ya es otra historia!
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