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EL RECOPILADOR

4 de agosto de 2022

El nacimiento del vino (Poema de Jaime Dávalos)

Jaime Dávalos, poeta salteño (1921-1981)

Por: Francisco Álvarez (El Recopilador)

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Como un toro frutal, el mosto herido,
se revuelca en las cubas resollando,
y entre canciones sórdidas va ahogando
en soledad su cálido balido.

Toda su sangre le dará al olvido
que se come los ojos en el llanto,
y por baguales libre ya en el canto,
arderá su color amanecido.

Entre esa luz, ultrafloral morada,
a la sombra carnal y enamorada
que lo íntimo visita en la madera,
terrestre habita el vino y su locura,
que en los huesos detiene la dulzura
y el sueño vivo de la Primavera.

I

Viene un color de vena desolada
nombrándote crepúsculo entre flores,
y tocas el amor con resplandores
de sangre y fruta azul martirizada.

Como un monstruo inocente la mirada
te duele tan honda. En los albores,
de tu cuerpo crisol, hay ulteriores
reflejos de alarido y puñalada.

Entre la piel del alma te me pegas
como la sombra de un abuelo triste
que en mí vengara su tristeza,
y desde el pozo de tu vida ciega,
un toro antiguo de jazmín embiste
mi corazón sin tiempo ni cabeza.

II

¡Clava en mi carne luminosa garra!
¡Hunde en mi pecho tu afilada chuza!
Que yo sé que tu luz en mí se aguza
desangrando mi voz por la guitarra.

De la raíz y el sueño de la parra
en que el agua del sol se desmenuza,
¡sube conmigo, por mis venas cruza
a la luz que hace canto la cigarra!

¡Ven a morir entre mis huesos tristes,
siéntate al lado de mi sangre, hermano,
donde la luna corre como un río!
¡Llévame por los árboles que vistes
de un sudario de llanto y de la mano,
enséñame a morir, hermano mío!

III

Herido por un tejo de amapola,
por un gusto de fruta amortajado,
resume tierra y mira enamorado
el ojo cíclope de tu corola.

El hombre dentro de tu vida inmola
un grito de color desesperado,
un toro en niño y dios transfigurado
por la inocencia de tu muerte sola.

Del agujero en que tu ser consiste,
donde la noche universal reposa,
nace un balido germinal y duro.

¡Quédate en mí en la pena que me diste,
ángel terrestre, en mi dolor reposa,
que él es eterno como tú eres puro!

IV

En soledad bebiendo, hacia el más puro amor
alzo el vaso de vino por la sombra mojado,
y su ojo impar me mira con un nimbo dorado,
desde el animal hondo de su ocaso interior.

De adentro vuelve en zambas creciendo su color
como de un nostálgioso dolor enamorado,
bebo su cuerpo y siento como un puñal morado
que asesina en mi boca la carne de una flor.

Húmedo como un beso de nocturna madera,
vuelto casi memoria de los más altos días,
en íntimo contacto dentro de mis venas canta;
y mi guitarra siente que es verde su cadera,
enamorada funde su boca con la mía,
y por el vino sube la voz a mi garganta.-

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