SOCIAL
28 de abril de 2025
Francisco el Jesuita

La orden jesuita católica fue fundada por San Ignacio de Loyola en el siglo XVI.
Los jesuitas se centran en la búsqueda de Dios en todas las cosas y en el servicio a los demás. Los jesuitas se caracterizan por su compromiso con la educación, la justicia social, la evangelización y la formación de personas íntegras.
Aspectos clave de la vida jesuita: oración y reflexión, ir más allá de lo que se espera de ellos, discernimiento; los jesuitas se centran en el proceso de reflexionar y decidir lo que es mejor que se puede hacer en una situación determinada. Los jesuitas viven en comunidades donde comparten su vida.
En resumen, ser jesuita implica una vida de servicio, oración y reflexión comprometida con la búsqueda de Dios en todas las cosas.
Jorge, el sacerdote jesuita obediente; Francisco, el papa jesuita que revolucionó la Iglesia y se convirtió en líder de los ateos, el papa de los pobres, los migrantes, las diversidades, las culturas. Luchó contra las guerras, amparó a aquellos que nadie ve: las víctimas.
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Fue quien abrió un centro para acoger a las personas sin hogar a metros de la Plaza de San Pedro en un edificio de cuatro plantas perteneciente al Vaticano.
Francisco, el papa que pidió perdón por los abusos de los sacerdotes y los removió de sus lugares; de la misma forma actuó con aquellos sacerdotes que tuvieron gastos fastuosos, así fue que solicitó la renuncia del cardenal Angelo Becciu.
De esta manera, fue inhabilitado para participar del cónclave.
Francisco se enfrentó a los poderosos, sufrió ataques e insultos desde su país, Argentina, desde la boca del presidente de turno; se expresó sobre la prensa, lavó los pies de los presos, abrazó a los niños y enfermos, jamás usó autos caros ni joyas. Vivió en Santa Marta, comió con todos los que allí trabajan, compró helado en una heladería de un compatriota de dulce de leche y limón.
Él se metió en los barrios humildes con el pueblo, los escuchó siendo uno más. Jamás olvidó a su amado San Lorenzo, del que fue socio vitalicio número 88.235. Como una cuestión casi del plano espiritual, se fue a los 88 años a las 2:35 hs de la madrugada.
En las Pascuas estuvo frente a miles de feligreses en la Plaza San Pedro y luego recorrió en el papamóvil las calles; ninguno imaginó que esa era su despedida.
El “viejo” se la bancaba como ninguno antes, viendo a Dios en todas las cosas, actuó desde la mirada de la justicia y los derechos ante un mundo hostil y violento, con personajes millonarios jugando a ser el supremo y mandatarios ávidos de dinero para los que más tienen y para sus propias arcas. Su tarea fue ser la voz de los silenciados, los desamparados, los vulnerados, los que son despojados de sus derechos.
No solo fue la voz, fue el grito molesto para los opresores.
Iba fuerte, como el padre que defiende a sus hijos, como lo haría Jesús hasta el último día, como lo hizo en su lecho de enfermo llamando a la capilla en Gaza, donde se encontraban niños, ancianos, refugiados, a quienes protegió, alimentó y cuidó.
Se la bancó en el dolor por amor, se la bancó aun sin aire en la más profunda oración y entrega, pero siguió ocupándose de su pueblo: el mundo.
El papa de los gestos, con su cara adusta y seria con los poderosos, y su gran sonrisa amplia con los demás.
Francisco como Francisco de Asís, Jorge el del mate, los alfajores y el dulce de leche.
¡Cuánta falta para este tiempo! Miles lo despidieron en el mundo de todos los credos, porque fue el propiciante del diálogo interreligioso, porque fue guía y amigo, porque abrazó y jamás permitió la distancia del beso en un frío anillo.
Como Maradona, muchos fuimos hinchas del equipo de Francisco; ¿cómo no serlo si pidió por tierra, techo y trabajo?, si nos habló del cambio climático en Laudato si, reivindicó a las mujeres dentro y fuera de la Iglesia.
Había una vez un hombre, un cristiano que se convirtió en papa, pero nunca dejó de ser cura; nunca olvidó las villas de su Argentina, las que recorrió miles de veces, ni los subtes en que se trasladó siendo obispo y cardenal.
Un cura que entendió todo, que no se amedrentó ni le tuvo miedo a nada.
Un cura que usó los mismos zapatos negros y hasta gastados, el anillo de alpaca y la cruz regalo de un amigo.
El argentino más famoso de todos los tiempos, el papa más amado, el transformista, el de la sonrisa reparadora, el que era papa con acento.
Para quienes somos creyentes, ya está con Dios y en paz; lo extrañaremos y muchos lo celebraremos con hechos, siguiendo su legado, esperando que la vara siga alta con su sucesor.
Gracias por tanto, no es un adiós, es un hasta pronto.
Carla Echichure Castro
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