Pocos platos logran combinar sencillez, sabor y nostalgia como los macarrones con queso, conocidos mundialmente como Mac & Cheese. Su cremosidad irresistible y su rápida preparación lo han convertido en un ícono del comfort food, especialmente en Estados Unidos. Pero detrás de su fama moderna hay una historia que viaja siglos atrás por Europa, con paradas en cocinas de nobles y de inmigrantes.

Aunque hoy se lo asocia con la cultura popular, los orígenes de los macarrones con queso se remontan al siglo XIII, en Italia y también en Inglaterra, donde se encuentran registros de platos que combinaban pasta cocida y queso rallado. En textos antiguos como el Liber de Coquina, se describe una receta que se asemeja bastante a la actual: masa hervida, mezclada con manteca y queso duro.

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En la Inglaterra medieval, platos similares eran considerados un manjar reservado a las clases altas. De hecho, el “macaroni pie” —una especie de pastel de pasta y queso— era habitual en banquetes de la nobleza.

El verdadero salto de los mac and cheese al corazón de la cocina estadounidense llegó en el siglo XVIII, cuando Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, probó platos de pasta en sus viajes a Europa. Fascinado con la combinación de fideos con queso parmesano, importó una máquina para hacer pasta y popularizó una versión más simple y cremosa en su país.

Su receta, servida en cenas oficiales en la Casa Blanca, sembró las bases de lo que con el tiempo se transformaría en un clásico de todos los hogares.

El plato se volvió masivo con la llegada del Mac & Cheese en caja, lanzado por Kraft en 1937. En plena Gran Depresión, la posibilidad de alimentar a una familia con un producto barato, sabroso y fácil de preparar convirtió a esta comida en un salvavidas. Desde entonces, su popularidad no ha dejado de crecer, transformándose en una presencia habitual en mesas familiares, menús escolares y versiones gourmet en restaurantes.

Hoy, los macarrones con queso se reinventan constantemente: con toques de mostaza, panceta crocante, queso azul, jalapeños o incluso langosta. Pero en el fondo, siguen siendo ese plato cálido que reconforta el alma, une generaciones y demuestra que lo simple, bien hecho, nunca pasa de moda.

Ingredientes:

• 400 g de macarrones (o coditos)

• 2 cucharadas de manteca

• 2 cucharadas de harina

• 2 tazas de leche (preferentemente entera)

• 200 g de queso cheddar rallado (podés mezclar con mozzarella o gruyere si querés más cremosidad)

• Sal y pimienta al gusto

• Nuez moscada (opcional)

• Pan rallado (opcional, para gratinar)

Preparación:

1. Cocinar la pasta:
   Herví los macarrones en abundante agua con sal hasta que estén al dente. Colá y reservá.

2. Preparar la salsa bechamel:
   En una olla, derretí la manteca a fuego medio. Agregá la harina y mezclá bien con un batidor de mano durante 1-2 minutos para formar un roux (debe quedar una pasta suave, sin dorarse).

3. Agregar la leche:
   Incorporá la leche de a poco, batiendo constantemente para evitar grumos. Cociná hasta que la mezcla espese (unos 5 minutos).

4. Sumar el queso:
   Bajá el fuego y agregá el queso rallado. Mezclá hasta que se derrita y la salsa quede bien lisa. Condimentá con sal, pimienta y, si te gusta, una pizca de nuez moscada.

5. Mezclar con la pasta:
   Incorporá los macarrones a la salsa y revolvé para que se impregnen bien.

6. Opcional – Gratinado:
   Volcá los macarrones en una fuente para horno, espolvoreá con pan rallado y un poco más de queso, y gratiná 5-10 minutos hasta que esté doradito por encima.