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13 de octubre de 2025

El flaco del cuaderno, le decían en el barrio!

Por: Francisco Álvarez (El Recopilador)

Historias cercanas.
Halladas a la vuelta de una esquina.

En el barrio lo conocían como “el flaco del cuaderno”. No era músico ni cantor. Caminaba por Palermo con paso calmo, saludando con una leve inclinación de cabeza, como si pidiera permiso para mirar la vida de los otros sin interrumpirla.

Había nacido en 1883, lejos del asfalto, en Paraná, Entre Ríos, pero fue en Buenos Aires donde su alma se enredó con el empedrado.
Se instaló en una casita modesta, con jazmines trepando por la reja y un patio donde la tristeza parecía descansar un rato antes de seguir su camino. No hablaba mucho. Escuchaba. Y cuando escribía, parecía qué, en vez de usar tinta, mojara la pluma en la ternura de lo que vivía en su barrio.

Escribía sobre cosas que a nadie se le ocurría poner en un poema: la madre que barría la vereda al amanecer, el chico enfermo que miraba el mundo desde una ventana, el guapo que bajaba la mirada cuando nombraban a su vieja. Escribía con respeto, sin exagerar, sin hacerse el importante.

Y algo raro empezó a pasar. Los tangos cambiaron.

Las letras dejaron de hablar solo de puñales y de minas traicioneras. Empezaron a decir otras cosas. Cosas que dolían de verdad. Aparecieron palabras como “recuerdo”, “madre”, “infancia”, “silencio”, “esquina”. Era como si el tango, por fin, se animara a llorar con dignidad.

Él nunca escribió un tango, ni una letra para ser cantada. Pero sus versos, sencillos y hondos, inspiraron a los más grandes poetas del dos por cuatro. Sin buscarlo, les enseñó a mirar el barrio con otros ojos. Su único libro publicado en vida se llamó “Misas Herejes”, y salió en 1908. Ahí estaba todo lo que después el tango supo decir con música. Nadie sabía bien por qué. Pero los que lo conocían sabían la verdad: el flaco les había prestado el alma.

Después, un día cualquiera, se fue. Tenía apenas veintinueve años. La tos se lo fue llevando de a poco, como una niebla por dentro. Murió de tuberculosis, callado, como vivió. Y aunque su cuerpo ya no volvió a pisar el barrio, su mirada quedó pegada a las paredes, a las veredas gastadas, al perfume de las noches de verano.

Y cada vez que suena un bandoneón, que parece contar una historia que no se puede decir con palabras, ahí está su sombra. Mirando desde la vereda, con el cuaderno bajo el brazo y una sonrisa leve.

Porque ese hombre, Evaristo Carriego, que no cantó ni bailó, ni escribió canciones, fue quien le sugirió al tango a hablar de lo que importaba.-
 

Tu secreto

¡De todo te olvidas! Anoche dejaste    
aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:    
un libro, vedado, de tiernas memorias.    
.
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,    
el dulce secreto que no diré a nadie:    
a nadie interesa saber que me nombras.    

Ven, llévate el libro, distraída llena
de luz y de ensueño. Romántica loca…
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!        
...De todo, te olvidas ¡cabeza de novia!
                           
                              -----

Por: Marcelo Quiroga & Cuentos del Arrabal.
El siguiente enlace te lleva a una lista de poesías de Evaristo Carriego.
https://www.cervantesvirtual.com/obra.../misas-herejes/html/

 

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