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27 de abril de 2025

La Magia de los Cuchillos

Este relato acontece en México, en tiempos de la Revolución. Y fue rodando de boca en boca, de pueblo en pueblo, hasta que en un momento dado ya no era posible distinguir la verdad de la leyenda, entre las múltiples versiones que circulaban por el vasto territorio alzado en armas. Eduardo Benítez vuelve a narrar la historia, conforme a la paciente investigación que realizara.

La Magia de los Cuchillos

A comienzos del siglo veinte, en México, en tiempos de la Revolución, el circo ambulante de Don Francisco clavó sus estacas en territorio de Pancho Villa, anunciando el acto de un lanzador de cuchillos y su partener. Más tarde ambos serían leyenda.

El último cuchillo se deslizó entre los dedos de Rodrigo, brillante y ligero como un relámpago, para ir a clavarse a escasos centímetros del cuello de Irene.

El público aplaudió frenético desde las gradas. El lanzador y su partener saludaron con una reverencia, luego ella tomó suavemente al hombre del brazo y lo guió fuera de la arena del circo.

Rodrigo era ciego de nacimiento. El lugar se fue vaciando lentamente entre murmullos.

─Llévame con Francisco- dijo él.

─Está diez metros delante tuyo contando el dinero-le respondió Irene.

Francisco había sido mucho tiempo atrás el forzudo del circo, con una malla negra y un tupido bigote doblado hacia arriba, hoy era el obeso y avaro dueño del circo. Rodrigo caminó hacia él mientras ella le custodiada los pasos.

─¿Qué necesita ?-le  preguntó el dueño,  antes de que llegara a su lado.

─Más dinero, soy la atracción principal, y tengo la magia de arrojar los cuchillos sin fallar jamás-dijo Rodrigo. Soy sobrenatural- agregó con arrogancia. 

Francisco meneó la cabeza y argumentó que México y el circo tenían la economía delicada y una revolución en puerta, luego hizo una pausa y le dijo:

─Pagale menos a tu partener. 

Y se marchó despacio.

El lanzador desanduvo sus pasos y en el camino la soberbia le ganó la partida. Le dijo a Irene que ella ganaría menos dinero. Ella, dolida y decepcionada después de una áspera discusión, se fue del circo.

Se acercaba el momento de la nueva función pero nadie ocupaba el lugar de Irene.

Rodrigo, que se sentía muy seguro de su poder, le encargó al obeso dueño que buscara una muchacha para su acto. Francisco, siempre fiel a su avaricia, obligó a una joven trapecista a ocupar la tarima.

El día de la función, después de hacer una pomposa presentación y una reverencia a manera de saludo, Rodrigo deslizó, al escuchar el redoble de tambores, el primer cuchillo, arrojándolo con la precisión exacta para dar en el centro del pecho de la trapecista, que murió al instante. El grito de ¡ASESINO! sonó como una campana repetidas veces en el recinto. El público y los acróbatas, ciegos de furia, hicieron justicia por mano propia, y lincharon a Rodrigo y a Don Francisco.

Irene, que se había unido a la Revolución, y era la encargada de desviar las balas dirigidas a Pancho Villa, se enteró años después de lo ocurrido.

                                                                                                       

EDUARDO BENÍTEZ

 

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