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CULTURA

26 de septiembre de 2021

Y un día, perdimos el tren…

Y los pueblos a su vera, se fueron apagando de tristeza. Este relato de Patricia Marvisi nos vuelve a contar una historia por todos conocida, cuando el ferrocarril fue la posibilidad de unir pueblos distantes, y también de fundarlos. Fue todo eso y también más: un instrumento para conectar la Argentina, una esperanza, un sueño.

LA ESTACIÓN

“Y fue por ahí, por la tierra, que el árbol tuvo noticias del ferrocarril.

Cuando un día sintió ese tumulto que subió por sus raíces”

Y subió por mi sangre, galopando el corazón, enrojeciendo el rostro, era el tren que llegaba.

Bullicio y expectativa y una banda de gurises esperando ver quién bajaba, que cosas traía esa caja gigante llena de sorpresas que marcaban nuestra emoción con el golpeteo de las ruedas sobre los rieles.

Los remedios para el viejo Cosme, los libros para la biblioteca de la estación; una pieza de seda para los quince de Adelita y hasta el Patorucito e Isidoro que yo me devoraba.

Pasaba a las tres de la tarde pero ya a las dos esperábamos en la estación para curiosear o ir a buscar algo o solo por ver al gigante que despertaba tantas cosas

Otras veces nuestra inconsciente picardía tiraba monedas a las vías solo para verlas aplastar indefensas.

Estación Los Hinojos camino del sur, tan linda, tan nuestra; con su campana como de iglesia y su Virgencita siempre con flores frescas. ¿Quién las ponía? Nunca lo supe ni me importó en esa época, quizás el viejo Cosme o doña Elena que rezaba a diario y puntual su rosario sentada en el banco del andén.

Las rutinas mansas hacen correr los años como un viejo reloj desbocado, uno no lo percibe y ese tiempo se desvanece, así como vino sin notarlo.

Nosotros los pibes crecimos y el caserío ya no pudo abarcarnos

El Carlos se fue al seminario, Andrés y yo parientes por medio nos largamos a Buenos Aires a estudiar, cada uno en lo suyo.

Al tiempo una carta de mi vieja me contó que el viejo Cosme esperando en la estación se quedó ahí sin precisar ya más nada. Solo doña Elena sigue firme en el banco del andén, con calor o frio rezando su rosario de días y cuentas, por devoción o rutina; yo siempre sentí al verla que nos protegía que por todos rezaba.

El Andrés se recibió de tordo y volvió al pago, y el pago lo necesitaba.

Yo di muchas vueltas y hoy estoy acá sentado en esta fría banca, hay quorum, ramal que no rinde ramal que se apaga.

El corazón galopa pero esta vez siento las manos heladas, imagino las cuentas del rosario desprendidas corriendo por el andén vacío y a doña Elena mirando a la Virgencita sin pronunciar palabra.

                                                                              

Patricia Marvisi

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