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19 de julio de 2021

Una muestra curada por una investigadora del CONICET abarca la tradición del grabado en Argentina y su expansión contemporánea

“Transformación. La gráfica en desborde”, hasta el 31 de julio en la Casa Nacional del Bicentenario (Riobamba 985).

El corte transversal del tronco de un árbol se destaca, enorme y rústico, entre las paredes del primer piso de la muestra del Museo Nacional del Grabado. ¿Por qué una pieza de madera exhibida en medio de una exposición de arte? La respuesta aparece al acercarse a la obra: lo que parecía el corte transversal de un árbol es una cantidad abismal de guías de teléfono con sus páginas prensadas. “Esta obra es de Andrea Moccio –explica Silvia Dolinko- y es una obra de grabado en volumen”. Es investigadora del CONICET en el Centro de Investigaciones en Arte y Patrimonio (CIAP-UNSAM-Conicet) y curadora, junto con Cristina Blanco, de la muestra Transformación. La gráfica en desborde, que en cuatro salas y a través de 40 obras contemporáneas y 70 obras de la colección del museo, recorre el canon histórico del grabado y sus últimas manifestaciones, que abarcan desde afiches, sellos, stickers y collages digitales hasta proyecciones y obras como la de Moccio.

“Se llama grabado a la forma disciplinar del impreso artístico, es como decir pintura, escultura o dibujo. El grabado es una de las formas de la imagen impresa”, explica Dolinko, que como investigadora del CONICET se dedica a estudiar el grabado argentino con los textos que generalmente lo acompañan y los posicionamientos sociales, históricos, políticos subyacentes, desde sus inicios tradicionales en el siglo XX hasta sus últimas expresiones del siglo XXI. Por eso mismo, fue convocada para curar esta muestra. “El grabado surge de una matriz realizada por el artista. No es la pintura única, sino esa imagen impresa, realizada por un artista, que puede tener una cantidad más amplia de poseedores. Tiene esta posibilidad de lo multiejemplar, que en el fondo siempre conlleva una voluntad de democratización del acceso al arte. Hay algo entre lo único y lo múltiple, entre lo artesanal y lo multiejemplar, entre el arte y la producción más artesanal que lo hacen sumamente interesante”.

La obra de Andrea Moccio, que se exhibe en el primer piso de la muestra, es un caso paradigmático de la expansión de los límites del grabado clásico. “En esa obra la artista transformó y revisitó un objeto gráfico cotidiano, como es la guía de teléfonos, y lo utilizó como materia prima para actualizarlo con una carga poética y sutil”, explica Dolinko. Antes de llegar a esa obra, en la sala de la planta baja del museo –titulada “Post, imaginar el después”- hay un recorrido por una serie de obras que las curadoras encargaron especialmente para esta muestra a los colectivos de artistas boba y Fábrica de Estampas, y a los artistas Pablo Rosales e Ivana Vollaro. “Sus obras fueron concebidas en los primeros tiempos del aislamiento por la pandemia. Nacieron como intervenciones virtuales para las redes y luego se materializaron en piezas impresas”, indica Dolinko. Ahí se ve, por ejemplo, un afiche de la tapa del último número de la revista Boba de La Plata. Es la imagen del fresco “Ecce Homo”, una pintura de Jesucristo del siglo XIX que fue restaurada con buenas intenciones pero poco éxito por una octogenaria española, cuyo resultado fue una imagen de Jesucristo casi desdibujada y, por esa razón, se hizo viral. En el caso de este afiche, contiene además de esa imagen la leyenda: “Hice lo que pude”.

Afiches como ese son la última expresión de una renovación del grabado que comenzó en los 60. En esos años, según explica Dolinko, se dio el punto de quiebre de la disciplina: “Antes el grabado era muy ortodoxo, canónico, acotado. Los 60 fueron años de eclosión de la obra gráfica de muchos artistas en Argentina, con obras paradigmáticas, como las de Antonio Berni, Liliana Porter, Juan Carlos Romero, un conjunto de artistas que, por posibilidades de apertura desde la disciplina y otros factores, producen un impacto en las artes en general. En el grabado, fue un impacto muy particular. Es un momento de mucha visibilidad. Pintores como Berni empiezan a explorar sus posibilidades: él incorpora el collage a su xilografía, por ejemplo. A partir de una matriz, puede imprimir cantidad de ejemplares, originales múltiples, como sucede con la imagen de Ramona Montiel o de Juanito Laguna”.

En el primer piso de la muestra, donde se expone la renovación del canon del grabado, hay collages digitales de la artista Claudia del Río a partir de expresiones de la cultura visual contemporánea: personajes como Barbie o Mickey Mouse. También se exhiben fanzines contemporáneos, pines de Ivana Vollaro blancos con letras en negro que dicen: “Es copia original”. Se encuentran, también, placas de bronce con varios de los memes que suelen intercambiarse a través de las redes sociales –como el perro grande y el perro chico-: la obra de Esteban Álvarez, que ironiza en torno a la circulación de las piezas de arte. Y una intervención hecha con stickers xilografiados que ocupa toda una pared, y en su texto denuncia la quema de pastizales en el Delta del Paraná. “Esta obra –explica Dolinko mientras recorre la muestra- es de Marcelo Kopp. Es un grabado clásico sobre un soporte novedoso”.

La siguiente sala de la muestra, que ocupa el segundo piso del museo, se llama “Irradiar”. Allí se muestra cómo el grabado contemporáneo interviene y reflexiona en torno a lo urgente, cómo la imagen impresa y la acción en el espacio público se entrelazan para leer de manera crítica el presente. La sala se abre con una pantalla que reproduce una performance de la artista Mariela Scafati: se la ve a ella misma colocándose capas de remeras impresas con la técnica de la serigrafía, una sobre otra, con consignas de marchas y colectivos activistas. En la misma sala se exhibe la paradigmática obra de Edgardo Antonio Vigo, un artista de La Plata considerado de los máximos exponentes del grabado moderno. “Vigo fue un pionero”, señala Dolinko. “En el año 1967 creó el Museo de la Xilografía, que en realidad es una valija: se compone de una serie obras impresas de xilografía que caben allí adentro y, en su momento, significó toda una provocación a las instituciones tradicionales”.

En esa misma sala hay ploteos –del colectivo Iconoclasistas-, y una impactante acción llamada “Echar por tierra”, del grupo artístico de Tucumán La Lola Mora: casi veinte delantales marrones colgados sobre una cuerda, con la palabra “mandato” calada en letras mayúsculas. Esos delantales fueron la matriz con la que se pintaron las paredes durante una acción que se llevó adelante en las calles de Tafí del Valle. Al final del recorrido, una pantalla gigante proyecta una serie de intervenciones lumínicas en edificios y espacios públicos de Rosario que denuncian el ecocidio, obra de la Agrupación de Artistas de Rosario. “En casos como este, la matriz del grabado es la imagen que se proyecta, y la  materialidad ya no es la tinta sino que es la luz. La propuesta de toda la exposición es justamente esa –dice Dolinko-: dar cuenta de algunos de esos casos pero pensando no solo en la ampliación de las técnicas sino también todo lo que son nuevas formas de intervención como los proyectorazos, los agitazos, proyectores con luz. El soporte ya no es el papel sino que es el espacio público. Son apuestas tal vez un poco provocativas respecto a la tradición. Nos interesaba pensar también en estas variables en esta muestra”.

Hacia el final de la muestra, en el cuarto piso, bautizado “Reactivar”, se presenta la obra de dos artistas contemporáneos -Leticia Obeid y Lucas Di Pascuale- realizada a partir de la noción de reactivación del archivo. Trabajan sobre fuentes y documentos históricos asociados a artistas fundamentales de la historia del grabado argentino moderno, como son Aída Carballo, Edgardo Antonio Vigo y Albino Fernández. “Como se ve en esta muestra –concluye Dolinko- como investigadora me interesa la tensión entre el canon y su discusión. La tradición y la experimentación, lo aceptado o lo que viene a discutir con preguntas y problemas a plantear dentro del grabado. La muestra es hacia el pasado y hacia el futuro, plantea qué líneas se pueden abrir o seguir problematizando. Es una satisfacción haberla hecho. En la historia del arte, con la labor curatorial los investigadores hacemos transferencia, ponemos en el espacio, en la materialidad, ese recorrido sobre el que hemos investigado y escrito, y lo compartimos”.

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