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CULTURA

25 de abril de 2021

¿Cuál es el color de los recuerdos?

En un viaje interior que recupera la infancia, las ciudades, las estaciones, Inés Hernández Igartúa intenta responder desde la conciencia de lo ausente.

 

Candente

 

Con los ojos cerrados, el sol del atardecer penetró de pleno en mis párpados y yo era rojo absorbiendo los rayos, me sentí fuego ígneo, una gran llamarada, una Noche de San Juan. Me ví de niña jugando, correteando alrededor de la fogata con el saquito de lana carmesí tejido por mi madre, era invierno en el hemisferio sur y la noche muy fría, brotaban rescoldos que suspendidos en el aire daban volteretas junto a nosotros danzando.  

Respiré profundo y me metí en el atardecer incandescente del Altiplano en otoño, percibí el molesto, sanguíneo sarampión, las zapatillas de baile rojas, el primer rouge, los malvones colorados del patio, los gastados guantes color cereza de Manuela, los campos de amapolas, las pesadas cortinas de terciopelo granate del piso de María en Nueva York, contemplé aquella fina línea en lo más alto del firmamento desde la ventanilla del avión, encarnada franja del ocaso, una línea de fuego sujeta entre dos oscuras nubes, tú ya no estabas a mi lado para contemplarlo; tus cartas que contesté con boli rojo.

Muchas cartas llegaron desde tu partida durante largos e intensos años. Cartas que no recuerdo, que como tu rostro fueron difuminándose con el tiempo, fotos que se quedaron viejas, cartas que se quedaron en mi corazón porque eran tuyas, cartas que quemé una calurosa Noche de San Juan durante el solsticio de verano en el hemisferio Norte, un aquelarre privado y emotivo; lazos púrpura adornaban el lugar, un cuenco de barro rojo con la boca ancha colocado en el suelo donde realizar el ritual, fue una noche oscura de luna nueva, busqué un lugar solitario en la casa ubicada a un costado de las intrincadas calles del zoco de Marrakech, tenía una terraza abierta al cielo y a las miles de estrellas que la penumbra regalaba, entonces, esperé el momento.

A media noche me iluminaron las llamas y tu ausencia, te fuiste de mis manos poco a poco, años acumulados en cuadrículas de papel, abundantes en caracteres, fotos llenas de otro tiempo, de paraísos remotos, de ilusiones, de cariño. El recipiente ardió candente, mis brazos danzaban en el aire, mis manos giraban siguiendo la forma del fuego incandescente que se abría ante mí y es la única noche de San Juan que permanecí sentada en el piso, la ocasión así lo pedía. Me ví en el fuego, en el chisporroteo de las llamaradas, me ví con el saquito carmesí corriendo alrededor del mismo, cantando, haciendo piruetas con los otros, riendo, dando vueltas hasta marearme, extenuada de tanta excitación. Te dejé ya entrada la madrugada, con las primeras luces me fui a dormir; la embriaguez de la noche encontró el limpio y encendido amanecer, nuevamente despuntaban los rosáceos, los naranjas dominando el lugar. En la terraza a cielo abierto quedó el cuenco ennegrecido como el carbón.

INÉS HERNÁNDEZ IGARTÚA

 

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