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CULTURA

14 de marzo de 2021

Taller literario: Milonga

Con este relato, Milonga, su autora, Cristina Candal, obtuvo el segundo premio del Certamen Nacional de Cuento y Poesía 2020 organizado por el Centro Cultural del Tango de Zona Norte, filial de la Academia Argentina del Lunfardo. Celebramos esta distinción y felicitamos a nuestra escritora, que con un relato intimista, de franco tono confesional, capturó limpiamente una emoción y una experiencia.

Seguramente el destinatario de esta carta no la recibirá. Es muy posible que sólo se trate de una descarga emocional, de una necesidad de cubrir los espacios vacíos del no decir.

A mi querido partenaire:

Atravesé mi adolescencia con algunas torpezas, inseguridades, bajo estima. Había algo que me atormentaba: los bailes. Sentía miedo al fracaso, me acosaban fantasías tales como “planchar” durante toda la noche, la ruptura de un taco, pisar a mi partenaire ocasional, en fin, pequeñas catástrofes que a mí me resultaban insalvables.

Pasó el tiempo, maduré, formé una familia, adquirí una profesión, tuve hijos. Todo ello me hizo adquirir experiencia, pisar con más seguridad, erguirme en vertical como reza el tango.

También llegaron las ausencias, mis padres, algunos amigos, la ruptura de mi pareja. El vacío debía ser llenado. Los amigos llegaron con sus consejos,  procurando que llene mi tiempo con actividades creativas.

Tenía una asignatura pendiente: el baile. Deseaba abordarlo con alegría, seguridad, placer. Leí muchas propuestas tales como salsa, rock, tango. Dicen que para apreciar a éste último, hay que tener edad para entenderlo.

Me anoté para tomar clases. Asistí con los primeros zapatos adquiridos sólo para eso. Empezaron a enseñarnos a caminar la pista, a mantener erguido el torso, a acariciar el piso con donaire. Fueron pasando las clases y en mí nació un entusiasmo que, hacía mucho, no experimentaba.

De refilón  me espiaba en el espejo y éste me devolvía la imagen de una mujer más segura, más sexi.

Empezamos a practicar con diferentes compañeros, cada uno tenía propuestas para hacer figuras aprendidas en estos encuentros.

Llegó el momento de ir a una milonga. Empecé a sentir los latidos de la inseguridad. Me abordó aquel viejo sentir, el de no puedo. Pero la experiencia y la terapia operaron maravillosamente. Asomó un yo más determinado, que aprobaba los cambios.

Me vestí y maquillé con esmero. Días antes había ensayado los pasos que se me presentaban más complejos. Me perfumé y retoqué el peinado con rigurosidad. El espejo me devolvió la imagen de una mujer preparada para disfrutar.

Llegamos en grupo junto al profesor. Nos ubicaron en una mesa en la que los señores solos pudieran vernos e invitarnos. Por primera vez el entusiasmo por lo nuevo superó el nerviosismo que implicaba.

 Cabeceaste  y me miraste directamente. Antes de levantarme, me cercioré que ese ademán iba dirigido a mí. Me levanté tratando de que sea con elegancia y femineidad. Empezaron los acordes de “Pavadita”, mi tango preferido, buena señal

Comencé a interpretar las marcas que me proponías. Experimenté una sensación de vuelo, de ingravidez, el de una gasa sostenida en el aire. Un placer que, hacía mucho no sentía, me habitó.

Terminada la tanda,  me acompañaste a la mesa. Apenas habíamos cursado unas pocas palabras. Suficientes como para crear un vínculo interesante.

Durante esa velada bailé con diferentes personas, pero se repitieron tus invitaciones. Sentía que una mujer nueva emergía, una  que le daba espacio al juego, a la seducción.

Cuando finalizó la salida me fui a acostar con un brío renovado. Esa experiencia en la milonga me regalaba un pedacito de cielo para poder soñar.

Seguí concurriendo a esos bailes convencida de que oficiaban de recreos como un paréntesis necesario para colorear mi vida.

Seguimos  compartiendo  tandas que deseaba eternizar. En uno de los espacios entre tango y tango me dijiste que estabas casado. Sentí un ahogo por la angustia que me provocó saberlo. Traté de disimular. Hasta ese momento no había descubierto cuánto me interesabas.

Seguí aceptando tus invitaciones para bailar fantaseando con tu libertad. Continué apenándome al saber de tu compromiso. No pude dejar de verte.

Mucho tiempo después entendí que  me habías regalado una seguridad y un placer que no había experimentado antes. Que no podía ordenar las fichas como quisiera sino elegir si las aceptaba. Y sí, acepté ser feliz a mi manera, sin victimizarme, sin reproches, sabiendo que como en el tango, cada paso que doy es fruto de mi voluntad. Te convertiste en una compañía imprescindible para mí.

Por eso lo escribo, como para que este embrujo se diluya. Pero si esto sucede, también desaparecerá este entusiasmo que, gracias a vos, estrené.

Tu fiel partenaire

 

Cristina Candal, vecina de Ituzaingó, es docente, narradora oral, integrante del Taller Literario de la Biblioteca Popular  9 de julio de Castelar.

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