El Monumental fue testigo de una noche cargada de emoción. Con la certeza de que era la última vez que Lionel Messi jugaba un partido oficial en el país con la Selección, miles de hinchas colmaron el estadio para rendirle homenaje. El capitán, acompañado por sus hijos en la salida al campo, no ocultó su emoción en el himno y en los instantes previos al juego.

Dentro de la cancha, el astro argentino respondió como siempre: con fútbol y goles. A los 39 minutos de la primera parte, definió con clase tras una presión colectiva y una asistencia de Julián Álvarez. Ya en la segunda mitad, habilitó a Nico González en la jugada que terminó con el tanto de Lautaro Martínez, y minutos más tarde volvió a marcar para sellar el 3-0, tras una combinación con Thiago Almada.

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El equipo de Lionel Scaloni dominó el partido de principio a fin, pese a no contar con su mediocampo titular. Con Rodrigo de Paul y Leandro Paredes como ejes, y con Almada y Franco Mastantuono sumándose al engranaje colectivo, Argentina mostró solidez, circulación de pelota y paredes que desarmaron a la defensa venezolana.

La Selección se lució con el estilo que la distingue desde hace años: posesión, movilidad y talento repartido en cada sector del campo. Aunque sin la voracidad de otros encuentros, mantuvo la esencia del campeón del mundo y reafirmó que, incluso en noches especiales, su piso futbolístico es muy alto.

Messi disfrutó y se divirtió con sus compañeros, consciente de que este ciclo en casa llegaba a su fin. El cariño de la gente, la victoria sólida y la celebración compartida con la Scaloneta hicieron que la despedida local del número diez fuera, como su carrera, inolvidable.