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21 de mayo de 2023

ALMA EN PENA

“Alma, si tanto te han herido, no sé por qué te niegas al olvido… si nunca mereciste pagar con pena la culpa de ser buena, tan buena como fuiste por amor.” Este hermoso vals de la uruguaya Rosita Melo parece haber sido la música de fondo que acompañó la vida de la muchacha pueblerina de nuestra verídica historia, contada por Alicia Esain:  un corazón acongojado que nunca se recuperó de la puñalada traicionera que le asestara aquel primer, y único, amor.

ALMA EN PENA

A los 13, descubrió el amor. A los 18 fue “novia oficial”. A los 21, lloró a gritos el abandono frente al espejo rasgado de sus sueños.

Era linda, linda, linda. Una flor de invernadero al cuidado de sus padres amorosos. Se amparó en ellos y en la iglesia. Su actitud dio tranquilidad. No se iría del pueblo hacia la gran ciudad, donde el “modernismo” se fagocitaba la inocencia. Un confesor siniestro la envolvió en una trama de culpa y de renuncias. Le salieron callos en las rodillas y comenzó a vivir para los otros…

No hubo empleado bancario ni viajante de comercio que lograra enamorarla. Tan dulce, tan refinada, tan simpática, tan borrada para la vida…

Entre bizcochuelos de cumpleaños y sábanas con almidón planchadas cada domingo, se le fue yendo la juventud. Vivió para todos nosotros. Como cortina musical, siempre la misma canción, el mismo vals, “Desde el alma”.

De su sueldo salían regalos para todos, ayudas de caridad a quien acudía a su puerta, pequeños caprichos para sus sobrinos. Jugaba con ellos como una niña más. Los cuidaba para que tuviéramos nuestras noches de salidas y baile. Siempre dulce, siempre alegre, siempre cantando ese vals…

Vals cuyas notas y eternas vueltas en sus brazos apaciguaban a mi tercer bebé, ese terremoto desde la panza.

A veces, costaba congeniar con ella. Era “laica consagrada”, no concebía divorcios ni rebeldías, pero daba tanto amor que nada podía enturbiar la relación con los demás. Cuando quedó al frente de la familia, se volvió más dura. Pero siguió generosa, repartiendo juguetes, bonitos adornos o televisores, cuando cobró un juicio.

Pudimos festejarles los 70. Los 80, también. Una mañana, volvió de las compras con un paquete enorme. ¡Se había comprado nueve pantalones! Otra tarde, cuando alguien le hizo una observación pueril, exclamó:  ”¡Déjenme vivir!”.  Había empezado su viaje hacia atrás, su mente estaba resuelta a ser adolescente de nuevo.

Abandonó toda tarea, se refugió en un mundo propio y lejano. Cada tarde, tomaba un viejo sweater y lo descosía y destejía. Quizás era su forma de regresar a aquel momento negro, quizás quería recomenzar de otra manera…

Un día no se levantó. Eligió hacerse un ovillito, sin comer, sin hablar. Así se fue apagando, como los compases de la orquesta y la voz de Nelly Omar. Hace un año que no está.

                                                                                          

ALICIA ESAIN

 

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