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14 de mayo de 2023

UN RELOJ

A veces, trepando por el árbol familiar, aparecen sucesos terribles, sufrimientos inenarrables padecidos en la guerra por algún familiar. Un hombre joven, de 27 años apenas, es reclutado para combatir en el frente. Deja su pueblo, su novia, su familia. Todo queda atrás. Por delante, frío, hambre, desolación y muerte: la guerra. Marcus Wortenmacher narra la historia de su abuelo, que combatió en la Primera Guerra Mundial.

UN RELOJ

Mi abuelo Juan, nacido en 1889 en Kranenburg, un pequeño pueblo de Alemania, en la región de Dusseldorf, cerca del río Rhin. Fue convocado en 1916 a la Gran Guerra. Lucharía para el ejército austrohúngaro en el frente ruso. Un sudor frío le corría por la espalda cuando en la estación de trenes se apiñaban junto a él cientos de reclutas que -como Juan- iban a lo desconocido.

Probablemente la muerte.

Atrás dejaba a su novia María, que llorando, al momento de la despedida, le había entregado un reloj de plata, de bolsillo, con su retrato. La Gran Guerra conocía solo la ominosa guerra de trincheras, en donde el frío, el hambre y las ratas infestaban y deshacían todo vestigio de humanidad.

Partió el tren y mi abuelo se aferraba al reloj de plata con el bello retrato de la joven, serena y enamorada.

La eternidad de los meses de trinchera que le tocó vivir lo fueron deshumanizando casi por completo, hasta que en un combate cuerpo a cuerpo cayó gravemente herido. Fue dado por muerto por los rusos cuando recorrían el campo sembrado de cadáveres, otorgándoles la casi maldita bendición del tiro de gracia a los heridos.

Mi abuelo -sin signos de vida- pasó dos días inconsciente en el campo de una batalla que había sido feroz y despiadada, pero al tercer día fue piadosamente rescatado por la Cruz Roja y llevado a un hospital.

Pasó reponiéndose los siguientes dos años. Finalmente, pudo volver a pie a la ciudad que lo vio nacer.

Yo conservo ese reloj como una de mis más preciadas herencias y cuando a veces, en ocasiones, siento algún desánimo, simplemente lo abro y me aferro, como lo hizo mi abuelo, a la esperanza.

                                                                                                     

MARCUS WORTENMACHEN

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