El domingo murió una persona, una madre.

Una persona, una madre, que no pudo –no la dejaron- disfrutar la vida de sus hijos/as.

Una persona, una madre, que no pudo –no la dejaron- llorar la muerte de sus hijos/as.

El domingo murió ella, La Madre.

Llevó entre sus escasas pertenencias esas dos carencias casi contrapuestas.

Esa madre no se resignó (quizás aún hoy no se resigna) a no poder disfrutar esas vidas, a no poder llorar esas muertes.

Esa madre eligió la resistencia, la lucha.

Esa madre se puso al frente de un ejército sano y dolido de madres que sostenían, con tristeza y valentía, la misma bandera.

Fue reconocida, mundialmente reconocida, como una de Las Madres.

Hebe de Bonafini, junto a unas decenas de Madres, enfrentó a quienes habían profanado la vida y/o la muerte de sus hijos/as.

Hebe de Bonafini resistió, cuando muchos/as argentinos/as no lo hacían por temor o por sectarismo, los embates de los fusiles, las tapas de los diarios y las indiferencias voluntarias.

Así fue La Vida de Hebe de Bonafini, la del carácter fuerte, la de la palabra encendida, la de la militancia sin concesiones, la que puso Su Vida en pos de una quimera: encontrar con Vida a sus hijos/as y a los hijos/as de miles de compatriotas.

Ayer, su lucha cesó; desde ayer, su mensaje quedó en manos de cientos, miles o tal vez millones de compatriotas que entendimos crudamente lo inentendible: el horror.

Su muerte quizás haya sido sólo un episodio: Su Vida seguirá rondando la Plaza de Mayo…

Juancarlos Bejarano Muguruza