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24 de abril de 2022

Pulpería Desesperanza

La industria del salitre dominó durante 50 años la vida económica de Chile, entre 1880 y 1930. El “oro blanco” se empleaba como conservante, fertilizante y en la fabricación de explosivos. Chile tuvo el monopolio de su producción, primero en manos estatales para luego pasar al sector privado con el ingreso de capitales nacionales y europeos. Todo el salitre chileno provenía del desierto de Atacama, que se obtenía en durísimas condiciones para los trabajadores, bajo el sol abrasador, con poca agua, en una tarea incesante. Lucía López Rodríguez, autora chilena, nos relata un aspecto soslayado, muchas veces, cuando se habla de estas fiebres del oro, que convocan tantos brazos como ilusiones y dejan un tendal de desesperanzas.

Pulpería Desesperanza

 

 

El tiempo parece haberse detenido en la pulpería.

A pesar de los años y el abandono, el desierto de Atacama está empecinado en conservar sus instalaciones para mantener la memoria viva de las injusticias que se cometieron con los trabajadores en la época de la fiebre del salitre.

Esta puede ser la foto de cualquier pulpería construída cuando el boom del salitre estaba en su apogeo y se exportaba en grandes cantidades a Europa para fabricar explosivos y fertilizantes. La bonanza económica atrajo a inversionistas y también a miles de trabajadores chilenos, peruanos y bolivianos. Ellos eran los encargados de extraer el mineral bajo el sol abrasador del desierto, recibiendo como paga fichas que podían utilizar sólo para comprar en la pulpería. Así se convertían estos lugares en el punto de reunión obligado de los obreros, que después de largas y agotadoras jornadas, cambiaban su salario de fichas por los artículos que necesitaban para sus familias. Y por las bebidas alcohólicas que consumían allí mismo, para ahogar las penas y la decepción que los agobiaban. Era muy duro ver que el producto de su sacrificado trabajo, volvía a las manos de aquellos que se enriquecían a su costa.

El dueño de la pulpería,  un sagaz comerciante extranjero, advirtió  que el lugar estaba quedando chico para atender a tanta gente y no quiso arriesgarse a que otros le hicieran competencia y que sus abultadas ganancias dejaran de crecer. Sin pensarlo dos veces mandó construir otra pulpería al lado, con materiales más nobles y refinados que no alcanzó a inaugurar porque  el descubrimiento de una sustancia artificial a menor costo  reemplazó al salitre natural acabando con la exitosa era comercial de ese mineral.

La fuga de capitales no tardó en llegar, dejando sin trabajo y sin esperanza, a miles de obreros.

Finalmente, todos los habitantes abandonaron el pueblo y la pulpería cerró sus puertas guardando en su interior los lamentos, tristezas y sueños rotos de aquellos hombres que fueron esclavos en el salitral.

                                                                            

LUCÍA LÓPEZ RODRÍGUEZ

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