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12 de enero de 2022

MATALASCAÑAS, ese paraiso... (para mí)

Iniciamos un camino inexplorado para mí. Nunca escribí por encargo pero, viniendo de donde viene la invitación, es imposible negarse. Quizás me cueste arrancar, pero espero que, con el tiempo, consigamos calar y cumplir un cometido satisfactorio y enriquecedor. Para las dos partes.

Mi nombre es Manuel Pérez, nacido y criado en la ciudad de Sevilla, al sur de España. Una ciudad acogedora y llena de encantos, que algún día os presentaré. Hoy lo voy a dedicar a mi localidad actual, mi segunda ciudad, mi segunda vida. Hablamos de Matalascañas.

Este es un lugar para refugiados, o para refugiarse, para exiliados del mundo, para rencuentros con nuestro yo, con la naturaleza, el aire libre y la libertad, sin agobios de automóviles, tranvías, autobuses ni patinetes eléctricos.

Un lugar con una orilla, de muchos kilómetros, al océano Atlántico por el sur y con un parque natural y nacional por el norte, este y oeste: Doñana.

 

El símbolo, el icono por el que es conocida y reconocida esta localidad es la  Piedra, también la Peña y el Tapón, algo que solo es una torre almenara de las que mandó construir Felipe II, y terminadas por su sucesor, Felipe III, para defender de los piratas berberiscos la costa de Huelva, o lo que es lo mismo, el Golfo de Cádiz.    

Fueron quince las torres levantadas, financiadas con el dinero de la pesca, ya que los municipios sobre cuyos territorios se alzaban se negaron a aportar capital. De las quince, apenas quedan en pie cuatro, en lo que se refiere al término de Almonte, al cual pertenece Matalascañas: Torre Zalabar, dentro del Parque Nacional, aunque la ruina y la maleza hacen imposible su visita; Torre Carbonero, que se  alza entre dunas también en Doñana; Torre del Loro, camino de Mazagón, semiderruida (en baja mar, se pueden rodear estas ruinas con la particularidad de que se pisa el término municipal de cuatro Ayuntamientos); la del Asperillo, de la que se sabe que están los cimientos, aunque la arena no deja ver nada. Y nos queda la última, Torrelahiguera, la de Matalascañas. Esta torre cayó desde los acantilados y, poco a poco, la acción de las mareas hizo que la parte de la torre quedara enterrada en la arena y quedara al descubierto la base, es decir, los cimientos.

Torre del Toro

 

Torre Carbonero

 

Matalascañas, o Torrelahiguera es un barrio de Almonte, un barrio a 30 kilómetros de su  Ayuntamiento, lo que significa que la dificultad para cualquier cuestión lleva implicada la distancia y el gasto en vehículo para desplazarse, aparte del tiempo que se invierte.

Existe Centro de Salud y oficinas municipales que alivian en cierta medida los trámites burocráticos, aunque online se pueden hacer ya bastantes gestiones. Dispone de dos grandes supermercados, pero que dada la escasa competencia, o la dificultad para desplazarse, aprovechan para incrementar los precios lo suficiente como para que se encarezca la vida. La  tranquilidad, la paz, el aire libre, la naturaleza a pie de calle...hay que pagarla. Dos colegios son suficientes para albergar a los niños y niñas desde la guardería hasta el momento de llegar al Instituto.

Durante los meses de invierno son poco más de mil los habitantes censados, debido a que los hoteles, enfocados al turismo, cierran durante la época invernal, hasta Semana Santa, en que vuelven a abrir sus puertas y a ofrecer puestos de trabajo.

Desde esas fechas, marzo o abril, hasta bien entrado octubre, pueden llegar a doscientos mil los habitantes, lo que redunda en beneficio de bares, restaurantes y locales de ocio, que ven cómo sus salones y terrazas se llenan de clientes.

Siempre que no haya una pandemia como la que nos asola ahora mismo.

 

 

 

 

Manuel Përez

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