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12 de diciembre de 2021

Mujeres cristianizadas

Como los drusos, como la luna, como la muerte, ¿Quién no jugó a los antepasados alguna vez, a la prehistoria de su carne y de su sangre? Yo lo hago muchas veces, se trata de una aventura frugal y sedentaria que a nadie perjudica. Jorge Luis Borges
Al igual que el Maestro, María Isabel Moronta se entregó al juego de imaginar a las mujeres de su sangre, con varios siglos de diferencia y miles de kilómetros de distancia, pero ambas subordinadas al mismo daño: la imposición de un dios ajeno.

Mujeres cristianizadas

En el nombre de Dios, de algún Dios que suponía una civilización superior. En el nombre de su Dios, que no era el de ellas. Me pregunto cómo habrán seguido con sus vidas cotidianas aquellas mujeres de mi prehistoria, que no eran cristianas y tuvieron que resignar sus creencias, tal vez para continuar con vida.

Allá, en una Polonia que aún no era tal, una mujer corpulenta, rubia, de piel muy blanca y ojos tan azules como pueden imaginarse, transitó la Edad Media como una campesina más, sin linajes que ostentar, con los mismos sueños de cualquier muchacha pidiéndole a sus dioses paganos protección. Una mujer aldeana y creyente, una más de las que tuvieron que olvidar, o por lo menos intentarlo, sus ritos paganos por la conveniencia de un gobernante, que en el Siglo X, al abrazar una nueva fe, obligó a su pueblo a someterse.

Acá, en la aún lejana Argentina del Siglo XVIII, en la hermosa tierra puntana, bañada por el río Conlara, otra mujer, baja, de piel morena, cabello renegrido y ojos verdosos como sus valles, se hincaba al alba ante las fuerzas naturales, sus dioses y diosas bien amados. Alguien la llamó india, le atribuyó carencias que ella no tenía y le quitó a la fuerza todo lo que sí tenía en el nombre de un Dios que no pidió conocer.

Presumo dos mujeres armadas de fuerza y de coraje ante los hechos que durante la historia entera de la humanidad lucen impecables, necesarios. Imagino a las mujeres de mis genes llenas de furia pero mansas, hablando de un Dios y creyendo en otros, para poder hacer realidad el legado de su sangre.

 

MARÍA ISABEL MORONTA

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