TURíSTICO
5 de septiembre de 2025
Cuando el cine se vuelve brújula: redescubriendo pueblos de la Provincia

El espanto (2017) y La gente del río (2012) son dos documentales dirigidos por Martin Benchimol y Pablo Aparo, realizadores oriundos del conurbano bonaerense, dónde a través de la cámara, no solo registran pueblos del interior la provincia de Buenos Aires, sino que los rescatan del margen, los enfocan con una mirada precisa, entre la curiosidad, el desconcierto y una profunda atención a lo humano.
La gente del río, el relato comunitario
La gente del río nos sumerge en Ernestina, un pequeño rincón del partido de Veinticinco de Mayo, que parece flotar en una orilla paralela del mundo. Acá, el río Salado no pasa: permanece. No fluye como un paisaje de fondo, sino que se instala como una presencia que observa.
La excusa narrativa es un misterio menor pero contundente: unos robos en la playa del río con posibles sospechosos, pero lo que emerge en el plano general no es una intriga policial, sino una puesta coral donde el pueblo se narra a sí mismo. Cada testimonio es un primer plano; cada vecino, un narrador. Entre la desconfianza y la complicidad, entre el rumor y el recuerdo, Ernestina se interpreta a sí misma en un documental que deduce cierto realismo encantado, con un poco de comedia y crónica barrial.
“La idea surgió desde una tesis universitaria con mi compañero, en el contexto de una fuerte campaña sobre el fantasma de la inseguridad que nos parecía desmedida, así decidimos ir a un pueblo muy pequeño de esos donde dejas la bicicleta en la calle y la vida es tranquila. Cuando llegamos a Ernestina nos encontramos además de un lugar precioso, una contradicción. Seguía siendo un pueblo pequeño y tranquilo pero de alguna manera había un temor en relación a las personas que visitan el río”, relató Martin Benchimol, director.
Los directores visitaron el pago durante un año y medio, donde conocieron a otros vecinos de lugares cercanos, lo que permitió el envión de la segunda película. El film inicia con una vecina recitando un poema “Ernestina es el nombre de mi pueblo tan querido, es humilde, es tranquilo, tiene un carisma especial. Seguro esa noble dama que le regaló su nombre, también le entregó su alma y así se quiso quedar”.
Ver La gente del río es como estar en un patio de tierra al caer la tarde, rodeado de sillas y olor a pasto mojado, mientras uno o varios personajes comienzan a contar sus historias, ellos son los protagonistas y están retratados con respeto e integridad. Los silencios pesan tanto como las palabras y la risa brota sin aviso.
El cine argentino rescató de la memoria las pocas pero fuertes calles de Ernestina, una de sus protagonistas lo expresó en la película. “Este es un pueblo en el olvido y el más antiguo del partido. Es el más antiguo y el más olvidado”.
El largometraje propone levantar del olvido a este lugar y sus historias, su forma de organizarse y vivir en comunidad.
El espanto, curar como acto colectivo
El Dorado, el nombre ficticio que utilizaron los narradores, tiene como locación a Pedernales, Sol de Mayo y Elvira, donde se filmó El Espanto (2017).
La película no trata sobre un caso aislado ni sobre un curandero particular. Es sobre una comunidad entera que practica sus propias formas de medicina, con rituales heredados, saberes populares y una naturalidad desconcertante. Para cada dolencia hay una solución artesanal: plantas, palabras, manos, objetos. Menos para una. El espanto. Un mal difuso, ancestral, inexplicable, que sólo puede curar uno: Jorge, un hombre que vive en los márgenes del pueblo y cuya casa se visita casi como si se tratara de una gruta milagrosa.
La película no juzga, no explica, no se burla. Simplemente observa. Escucha. Deja que El Dorado hable con su propia voz. Y en esa voz se cuela algo más profundo: la dignidad de un pueblo que encontró en la autogestión de sus males una forma de resistencia. De existencia, incluso: “El disparador son las formas alternativas de curarse, y en ese sentido también yace una contradicción, una con relación a lo esotérico y las creencias, pero por otro lado, una necesidad concreta que tiene que ver con estos pueblos. Al estar aislados de las ciudades no tienen acceso cercano a hospitales de alta complejidad. Nos preguntamos si la proliferación de las formas alternativas de sanar también tenía que ver con la necesidad de aferrarse a algo, porque en lo concreto la medicina no está presente en su cotidianidad”, contó Martín, el director.
La película construye un retrato colectivo, en el que lo cotidiano y lo misterioso conviven sin estridencias. Hay humor seco acompañado de sabiduría popular. En cada escena se revela una manera particular de habitar el mundo, de acompañarse, de encontrar respuestas donde no llegan los sistemas de salud. No se trata de romanticismo rural: se trata de otra forma de saber, de sobrevivir, de cuidar.
Pantalla grande para pueblos chicos
No es casual que estas películas nazcan del formato de cine documental. Hay algo en la mirada de Martín Benchimol y Pablo Aparo que mezcla curiosidad sin cinismo, proximidad sin invadir, y que logra lo que pocas cámaras pueden: hacer visible lo que estaba, pero nadie veía.
“La experiencia de filmar en estos pueblos fue sorprendente y preciosa, de mucho intercambio. Las películas se fueron haciendo a medida que conocíamos a las personas, no teníamos un guión preestablecido, fue surgiendo cuando hablábamos con los habitantes, los protagonistas, así fueron tomando una forma específica” , expresó Benchimol.
Leonardo Favio, cineasta y cantautor argentino, una vez dijo “El cine nos narra, le cuenta al mundo como somos”. La voz de estos pueblos recorre el mundo a través de festivales nacionales e internacionales, una forma cinematográfica de narrar costumbres propias, lenguaje y dignidad. Argentinas.
“Pasamos tanto tiempo en Ernestina, además del estreno en el pueblo, que para la segunda película ya nos conocían como los chicos que habían hecho La gente del río. Se generó un sentido de pertenencia. También habla de nuestra forma de trabajar, que es permanecer en los lugares y nos dejó construir un vínculo que enriqueció la trama y eso nos dio una cercanía con los personajes” , agregó.
En tiempos donde todo parece correr, el cine de Benchimol y Aparo nos propone detenernos. Mirar lo que está al costado. Ir por caminos de tierra. Escuchar con atención. El Dorado y Ernestina, con sus historias tan distintas y a la vez tan parecidas, nos enseñan que los pueblos bonaerenses tienen mucho para decir. Que no hace falta transformarlos para que brillen: sólo hay que mirarlos con el tiempo que se merecen.
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