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RINCóN LITERARIO

17 de noviembre de 2024

El libro

Los objetos mágicos habitan las páginas literarias desde los más antiguos tiempos. Algunos confieren propiedades milagrosas a sus felices poseedores, como la alfombra mágica o la lámpara de Aladino, otros permiten pedir tres deseos y hasta algunos, como el Aleph que imaginó Borges, conceden la visión de todas las cosas. Lorena Ravlic nos cuenta hoy la historia de un objeto con el que sería mejor no cruzarse.

El libro

La puerta del cuarto estaba entornada, no hacía falta ponerle llave, todos sabíamos que lo mejor era no entrar allí.

Santi y Pedro apostaban a quién sería el heredero de tan preciado objeto. No era para ellos ya que sabían que el legado era para el primer hijo del primer hijo, pero nadie hablaba de eso. 

Aquel que recibiese el don de leerlo y entenderlo, de comunicarse con el autor intelectual de cada palabra escrita allí, cargaría con la condena y la maldición sobre sus hombros.

Cuando pasábamos por el pasillo, la tenue luz de la lámpara junto al cuarto iluminaba apenas la oscuridad del lugar, generando extrañas y siniestras sombras a la espera de ser descubiertas. Nunca un rayo de luz llegaba a tocarlo, tenía la extraña capacidad de alejarse, como si una capa negra lo cubriera.  

“El libro”, como le decíamos, había ido a dar a las manos de mi tío abuelo en uno de sus viajes. Él decía que había vuelto a la familia, que jamás debió haberlo perdido. Cuando mi bisabuela huyó de una revuelta en su pueblo, en tiempos del imperio austrohúngaro, el libro había quedado en el castillo en el que ella vivía. El lugar había sido saqueado y el fantasma de “el libro” rodeó desde entonces a mi familia. 

Pero un día, por capricho del destino, Mikel lo encontró en un lugar de venta de antigüedades, con el escudo familiar inscripto a fuego en la tapa de cuero. A poco de su vuelta, contrajo una extraña enfermedad que le causaba insoportables migrañas hasta que, enloquecido de dolor, se descerrajó un tiro en la sien. Dejó una carta en la que pedía perdón a mi abuela por haberse quedado con el libro, ya que él era el hijo menor. En la carta también decía que los estudios hechos al libro corroboraban la leyenda: las letras estaban escritas con sangre humana. Había intentado quemarlo, pero todo tipo de incidentes se habían sucedido para impedir su objetivo. El libro estaba maldito, pero siempre volvería a manos de la familia, y de quien tuviese el don de leerlo.

Estoy sentada aquí, en la mesa de mi cocina. La caja que tengo enfrente contiene las últimas posesiones de mi madre. Una sombra se ciñe sobre mi casa. Y sobre mí. 

Mi ropa negra no puede transmitir el luto que me envuelve. Me quedo inmóvil, sabiendo que me espera un destino irrenunciable.
                                                                                                                     

LORENA RAVLIC

 

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