EL MESÓN

En el otoño de 1995, antes de las grandes nevadas, mi hermana y yo dimos un paseo por Jaca, estación de esquí en la provincia de Huesca, Aragón, España. Un paseo como posta para seguir viaje al núcleo del comienzo de nuestra historia.

Descubrimos un mesón al costado del camino, un lugar detenido en el tiempo con mesas de madera rústica, pisos adoquinados y farolas centenarias, como nuestros bodegones porteños con comida casera y abundante.

Una mujer casi a la vuelta de la vida, nos atiende amable. Su imagen me agradó de entrada: la piel aceitunada, los grandes ojos negros. Llevaba un delantal que me recordó al de la abuela, con un gran bolsillo en el medio; esos delantales que son como la galera de un mago, de los que puede salir un pañuelo, una hebilla, un sacacorchos, propiamente un barril sin fondo misterioso y mágico.

Le pregunto qué puede servirnos y me contesta ─: ¿Son ustedes argentinas?

 Pienso enseguida que “ye” nos ha delatado y le contesto humildemente orgullosa:

─ Sí, lo somos.

La escuchamos decir ¡gracias! y no entiendo.

 Solo habíamos entrado mi hermana y yo. Nos habíamos acomodado en un rincón para pedir algo caliente que nos reconfortara del viaje. ¿Qué había para agradecer?

Ella sonríe con amplitud, con una sonrisa que ilumina sus ojos y marca sus arrugas que no son solo de años.

Nos dice:

─ Seguramente antes de que ustedes nacieran, y cuando yo era apenas una niña, fue vuestro país quien nos mandó trigo; mi madre siempre de eso hablaba, cómo habrá sido aquello que no lo olvidaba.

La miro sin entender del todo y nos vuelve a decir:

─ ¡Gracias! ¡Hoy, señoritas, paga la casa!

PATRICIA MARVISI