En la mitología griega, las sirenas eran criaturas híbridas con cuerpo de ave y rostro de mujer que atraían a los marineros con sus hipnóticos cantos, conduciéndolos a un destino fatal. Homero las mencionó por primera vez en el Canto X de su célebre Odisea, dando paso a infinidad de leyendas e historias fabulosas. Kafka las imaginó silenciosas.  Laura Thomas, como Andersen, como Giuseppe Tomasi, imagina una historia de amor, porque no deberíamos creer en todas esas historias inventadas: ellas no matan a nadie, solo aman.

La Sirena

Martín adora bucear.

Siempre que le es posible adentra su lancha en el golfo San Jorge con su equipo y se sumerge en las aguas de Puerto Madryn.

En realidad espera encontrar a la sirena que un amanecer creyó ver recostada en la playa, disfrutando la salida del sol.

Suele recolectar piedras y caracolas. Se siente observado, cree que por los peces. Algunos audaces lo rodean pero en general le rehúyen.

Aquel día, tratando de obtener una estrella que apenas se entreveía en un matorral de algas, enganchó el tubo de oxígeno. Cuando intentaba vanamente liberarse, la boquilla se desprendió y no logró alcanzarla. Ya desesperaba cuando vio que su sueño largamente acariciado se hacía realidad: una sirena se aproximaba. Con manos inseguras se la alcanzó y se alejó temerosa.

Martín procuró acercarse pero ella se ocultaba en su mundo.

Volvió a la lancha, y buscando entre sus tesoros, descendió con unas siemprevivas que había cortado esa mañana.

La ve tras unas rocas. Extiende la mano ofreciéndoselas. La Sirena se acerca, mientras las toma lo mira con sus ojos oceánicos y Martín comprende el mensaje: ella quiere mostrarle sus flores. La sigue hacia el fondo del mar.

Va rumbo a su deseo más profundo, más querido.

LAURA THOMAS