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3 de diciembre de 2023

El azar

El texto que les presentamos hoy fue escrito hace unos años por Mirta Molinero. Publicarlo es honrar la vida y la memoria de una persona íntegra y generosa.

Mirta fue una gran docente que ejerció con pasión y un fuerte sentido de amor y reconocimiento por los otros todas las tareas que fue asumiendo a lo largo de su vida.
Y un día, medio azarosamente, conoció a un Profesor cuando él daba clases de Literatura Inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Hace muchos años, sesenta, para ser exactos. Y esta historia es el relato de aquellas memorables clases del Maestro. Narradas por Mirta, entonces una joven estudiante de Morón.

El azar

El azar, el riguroso azar, me llevó hasta una clase de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras, siendo yo una adolescente recién egresada del Colegio Nacional de Morón. Yo estaba cursando Pedagogía y debía cumplimentar la observación de al menos tres clases, de cualquier nivel o área, completando la grilla que me habían entregado, con los tres momentos de la organización de la tarea en el aula: iniciación, desarrollo y cierre. Debía además atender a la secuencia didáctica de los contenidos enseñados.

Recuerdo que yo estaba sentada en el Aula Magna en el momento en que el profesor entró lentamente con un bastón en la mano. Se presentó como titular de la cátedra de Literatura Inglesa, expresando irónicamente que no entendía muy bien eso de relacionar la literatura con la geografía, lo que provocó la risa de los alumnos. Su clase transcurrió en el mismo tono irónico, mientras dejaba que su pensamiento al desnudo volara de tal manera que yo no alcanzaba a registrar por escrito la maravilla de imaginación y creatividad que escuchaba. Me fui acomodando en el mullido sillón de terciopelo y me deleité con su clase. Por supuesto, la grilla quedó incompleta: yo no encontré ni principio, ni desarrollo ni fin en su exposición, ni pude registrar secuencia curricular alguna.

En la segunda clase, el profesor hacía referencias permanentes a distintos autores ingleses  (muchos de los cuales eran totalmente desconocidos para mí) o leía párrafos enteros de las obras en el idioma original. Dedicó gran parte de su tiempo a denostar la obra de un autor al que yo jamás había escuchado ni nombrar. Noté que algunos alumnos tomaban nota, mientras que otros se quedaban perplejos en actitud dubitativa pero nadie se atrevía a contradecirlo.

Cada vez que narraba una historia o recitaba un poema, descansaban lápices y lapiceras y sólo se escuchaba el silencio...un silencio gozoso porque todos estábamos jugando libremente con nuestra imaginación.

Me fui del aula saboreando todo lo sentido, lo pensado, lo imaginado, pero la grilla continuaba en blanco después de esta segunda clase.

En la tercera clase, el profesor nos sorprendió a todos al informarnos que finalmente había decidido dedicar todo el cuatrimestre al autor denostado la clase anterior, ante la sonrisa cómplice de los alumnos, que intuían su estrategia. De memoria recitó algunos poemas mientras el espacio y tiempo reales se desvanecían ante nuestros ojos.

Decidí abandonar, finalmente, el propósito de encuadrar estas clases desde la grilla propuesta, pero continué asistiendo todo el cuatrimestre, sólo por el placer de hacerlo.

El profesor se llamaba Jorge Luis Borges y la escena transcurre en el año 1963, en la sede de la calle Viamonte de la Facultad de Filosofía y Letras.. Yo no sabía que el profesor era un notable escritor, pero el encuentro con la literatura (y no sólo la inglesa) que él posibilitó es un camino, que como sus laberintos, no acaban nunca…

                                                                                                                

MIRTA MOLINERO

 

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