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CULTURA

26 de noviembre de 2023

El Paraíso recuperado

Entre los borradores de sus Cuadernos de escritor, Juan José Saer escribió una vez qué otro lugar habría en el mundo para que él deseara estar ahí, recordando su infancia en Santa Fe. Sobre ese nudo de deseo y de nostalgia, María Eva Maguire también evoca su niñez en el campo, en un pueblo del sur de Santa Fe, sabiendo, como Saer, que no habrá lugar en el mundo más pleno ni festivo que ese hogar de la infancia perdido para siempre.

La casa de mi abuela tenia amplias galerías.

1. Cada mañana esas galerías me parecían mundos infinitos que se abrían en cada recodo. Durante los días de lluvia, eran muy divertidas, sobre todo en verano. Cada una jugaba a ganar con su barquito de papel. Las risas siempre hacían eco y rebotaban en cada rincón. Ellas fueron y serán mi lugar de reposo cada vez que me sienta triste.

2. Las luciérnagas en la noche campestre. La imaginación nos abrió un mundo de luces y colores. Éramos felices en esos veranos calurosos. Las tías con los abanicos y todos los primos corriendo luciérnagas por los jardines.

3. Jugar a las escondidas entre las avenidas del campo de mi abuela y mientras esperábamos a que nos encontraran íbamos descascarando la corteza de los eucaliptos  para gritar aterrorizadas si se nos aparecía alguna araña.

4. Juntar marlos con el ruso para llevar a la marlera y pensar que a la tarde mamá nos elegiría los más bonitos y nos ayudaría a vestirlos para jugar a los títeres.

5. Jugar a la casita subiendo por la ensenada de los mimbres.

6. Esperar los sábados cuando estaba en el colegio de monjas para jugar al Bucanero y crear miles de palabras nuevas y ganarles a todas las chicas. Para eso tenía un diccionario muy grande que me había regalado mi abuela y lo leía todas las noches antes de irme a dormir. Lo tomé escondido en la mesita de luz.

7. En las tardes de otoño, estar sentada al sol con mi mamá y verla tejer y escuchar sus canciones. Me encantaba poner la cabeza sobre su falda y mirarla. Era tan hermosa y tan dulce.

8. Ver manejar el auto a mi papá y mirar sus manos y su perfil. Él era muy serio y hablaba poco, pero cuando me contaba alguna noticia del campo, sentía que ese era el día más glorioso de mi vida.

9. Me encantaba que llegara Navidad y la casa de mi abuela se llenara de primos. Como los adultos estaban tan ocupados, nosotros nos escapábamos haciendo largas caminatas sobre las vías y a veces llegábamos hasta el cementerio. Después volvíamos corriendo como si nos llevara el viento. Entre asustados y risueños nos imaginábamos miles de aventuras entre las tumbas. También planeamos ir alguna noche con alguien más grande. Todos con linternas para ver cómo era ese paisaje. Nunca lo concretamos, aunque siempre jurábamos hacerlo.

10.Para Año nuevo, nos reuníamos en el campo de Tía Eva. Allí había una laguna cerca y aparecían miles de sapos cerca de la casa. Nos encantaba ponerles nombre y luego jugar a las carreras. Todo terminaba abruptamente cuando alguna tía nos descubría y aparecía con una escoba.

 

Como una escoba, el tiempo y los años barrieron muchas cosas. Pero el paraíso de la infancia regresa en el recuerdo. Recuperado para siempre.

                                                                                                  

MARÍA EVA MAGUIRE

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