CULTURA
22 de octubre de 2023
Los inventos/ La pastilla abstracta

Puestos a pensar en los formidables inventos del siglo XX, esos que cambiaron la vida de millones y millones de seres sobre el planeta, es difícil hacer la lista de los esenciales, porque todos contribuyeron a modificar subjetividades, usos y costumbres. Podríamos nombrar el psicoanálisis, la música pop, la penicilina, la minifalda, la fibra óptica, la vacuna contra la polio, el teléfono celular, los trasplantes de órganos, la bikini, el cine sonoro, Internet, los anticonceptivos, los discos de vinilo, la comida para mascotas y así seguir y seguir.
Eduardo Benítez imaginó un invento aún inexistente, una suerte de píldoras mágicas aptas para remediar males y carencias humanas varias.
Los inventos/ La pastilla abstracta
Se llamaba Hipólito Pietrafofa. Era inventor y creó la pastilla abstracta: una píldora que provocaba en quien la tomara la virtud, cualidad o emoción que quisiera sentir. Abrió su negocio para poner su invento al alcance del público. Al principio venía poca gente pero con el tiempo hacían cola. Esa soleada mañana primaveral la primera en entrar fue una mujer mayor que quería seguridad.
─ ¿Me vende un poco? -dijo- porque ayer me levanté muy insegura pero hoy no sé.
─Bueno –dijo Pietrafofa- veo que necesita bastante.
Le dio las pastillas y ella, dubitativa, pagó y se fue.
El cliente que llegó después era un señor bajo que, tímidamente, pidió:
─ ¿Me da un poco de odio?
─ ¿Tiene receta? - le increpó don Hipólito detrás del mostrador.
─No, no tengo.
─No puedo vender odio sin receta. Es peligroso.
El hombrecito, desconcertado, explicó:
─Es que mi vecino pone la basura en mi canasto y no lo puedo odiar por eso.
─Entonces le vendo resignación y todos en paz- le propuso Hipólito.
El hombre pensó un segundo, asintió con la cabeza, pagó y se fue. Al instante entró otro cliente, bastante excedido de peso.
─Deme autoestima, Don Hipólito.
─ ¿Pero usted no vino ayer?
─Sí- dijo el gordo- pero quedé soberbio nada más. Ahora quiero ser perfecto.
─No lo va a soportar nadie.
─No me importa –le dijo. Agarró el paquete y se fue sacando pecho.
Ya era la hora de cerrar cuando entró un hombre menudo de anteojos y medio calvo.
─ ¿Qué necesita?
─Gentileza y heroísmo.
─Bueno, guarda con el heroísmo, le advirtió Hipólito.
El hombre pagó y se fue. Así vino varias veces en el mes y un buen día desapareció.
Preocupado, Pietrafofa le preguntó a la señora de la seguridad, que ya era una clienta crónica.
─ ¿Cómo, no se enteró?- dijo como si fuera obvio. Lo agarró un colectivo, pobre, era tan gentil, ayudaba a las ancianas a cruzar, atajaba a los ladrones, bajaba a los gatos de las alturas, y cuando se tiró a salvar una paloma que al final se voló, lo pisó el colectivo.
Don Hipólito se quedó pensando, y entre dientes dijo:
─Pucha, le tendría que haber vendido un poco de suerte.
EDUARDO BENÍTEZ
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