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CULTURA

30 de octubre de 2022

LIBARNA: AYER, HOY, SIEMPRE

Se viaja para decir “yo estuve ahí”. O para contar el mundo. Para ver lo que está. Nuestra cronista de hoy, Mónica Persano, va al encuentro del pasado, de las ruinas romanas que configuran el pasado remoto de la humanidad y el pasado familiar, no tan lejano ni tan remoto. Recupera la infancia de su padre, un niño de seis jugando en un anfiteatro de dos mil años. Y como no podía ser de otro modo, alguna forma de revelación habrá de producirse

 

LIBARNA: AYER, HOY, SIEMPRE

Son las 14.15. En esta tarde otoñal acabo de arribar a la estación de Serravalle Scrivia.  Cuando tomé el tren en Génova el cartel indicaba 39 minutos de tiempo estimado de llegada.

Es una estación sobria, con paredes muy blancas y árboles pequeños alineados frente a los rieles. Llegué a esta ciudad con toda la carga de la inmigración en la piel y en los huesos. Tantas historias oídas en las rondas familiares, tantos lugares evocados y contados. Tengo la sensación de que la conozco aunque nunca estuve antes. La visité tantas veces en esos relatos tejidos con el hilo entrañable de la nostalgia.

Serravalle Scrivia es una comuna que alberga a varios pueblos cercanos. Mi destino es Libarna, un pequeño poblado a 2 kilómetros del centro de Serravalle. Comienzo a marchar a pie hacia Libarna. Sé que me esperan las ruinas de un pasado remoto que no tiene nada que ver con el presente. Frente a mí, unas mesetas grises encadenadas a un suelo agrietado. A mitad de la marcha el río Scrivia me va guiando hacia Libarna, un pequeño caserío asentado en la margen izquierda del río. Mientras avanzo mis pies van pisando restos de ruinas romanas del siglo I AC.

El contacto con estas piedras milenarias me causa una fuerte emoción, siento que es un sacrilegio irrumpir en una arquitectura de 20 siglos. Cierro los ojos, respiro profundo y lo veo a mi padre, de cinco o seis años, jugando a la payana con las piedras de la romana Libarna, lo veo corriendo por el anfiteatro romano, subiendo y bajando las escaleras circulares.  Me siento en una escalinata y advierto un fenómeno convergente, sobre mí confluyen los antepasados romanos, los antepasados familiares y mi presente en una alquimia histórica, poderosa.  Después de un rato voy a la Iglesia de la Peregrinación, construída también con piedras romanas. Libarna es breve, intensa, un centro cultural a cielo abierto. Esta noche iré a un concierto que tendrá lugar en el anfiteatro.

Siento que este viaje es un viaje a las raíces, a lo que Carpentier llamó los Pasos Perdidos, un viaje al pasado remoto, a la tierra de los antepasados, a un presente eterno que retornará siempre. Porque me constituye.

                                                                                                       

MÓNICA PERSANO

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