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CULTURA

31 de julio de 2022

LA VECINA DE ENFRENTE

Durante catorce años, desde 1928 hasta 1942, año de su muerte, Roberto Arlt escribió día a día en el diario El Mundo sus famosas Aguafuertes Porteñas, crónicas de costumbres que daban cuenta de la vida en las calles y los barrios de una Buenos Aires que cambiaba vertiginosamente. Fue el testigo de un mundo que hoy ya no existe, y sus Aguafuertes se volvieron míticas. Inés Hernández Igartúa desempolva una historia de barrio al viejo estilo arltiano, un flirteo entre vecino y vecina, espiados por el resto detrás de las cortinas; el chisme susurrado de boca en boca, la comedia diaria del saludo en la vereda, en una geografía urbana donde el tiempo corría mucho más lento y había tiempo para comentar y detenerse en las vidas ajenas.

 

LA VECINA DE ENFRENTE​

 

          Rosita tenía la piel tersa como un pétalo de rosa, salía a barrer la vereda muy bien arreglada, diría que hasta perfumada. Era la vecina de enfrente casada con dos hijas chicas y un marido muy correcto, abogado, que salía temprano a trabajar a Capital y regresaba cuando ya se hacía de noche. Yo era adolescente y estaba desconectada del barrio, sabía poco, hasta que un día mi mamá salió a barrer la puerta y los vio: estaba Rosita muy bien vestida, con su escoba en la vereda en el momento que venía Roberto, el tano de la otra cuadra, caminando muy elegante. Cuando pasó cerca de Rosita se paró, intercambiaron unas palabras y siguió su camino. Rosita se sonrojó. Cuando mamá entró a la casa me dijo, “Si al final va a ser verdad”, “¿Qué? -le pregunté- y me contó que Berta, nuestra vecina de al lado, le había comentado que se andaba diciendo que la vecina de enfrente, Rosita, tenía algo con el tano de la otra cuadra y hoy los había visto hablarse en la vereda. En seguida protesté: “Qué es ese chismerío, mamá, vos también!” “¡Y es que los vi!  Ella barriendo con collar de perlas, ¡ahí hay algo! Dicen que andan saliendo y que ella se derrite por él”. El tano era un hombre de buena pinta, bien vestido, serio, no hablaba con nadie en el barrio salvo con Rosita.

          Tanto chisme me llevó a ser más observadora; además las habladurías llegaban más lejos: que si los vieron juntos en una Confitería, que si estaban cerca de un Hotel, que ella lo esperaba todas las mañanas alrededor de las diez, bueno, esto lo pude constatar y no sólo eso sino que tenían ojos sólo el uno para el otro, Rosita con la escoba, él con el portafolios, unas miradas, unas palabras, sonrisas y hasta el otro día. Nunca supimos bien qué significaba esa escena pero que dio que hablar en el barrio, dio que hablar.

                                                                                   

INÉS HERNÁNDEZ IGARTÚA

 

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