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17 de julio de 2022

Amor constante mas allá del tiempo

Enamorarse de una máquina parece hoy un argumento de ciencia ficción pero los expertos en inteligencia artificial coinciden en que los robots podrían llegar a ser parte integral de nuestras vidas y obligarnos a redefinir, en un futuro no muy lejano, qué puede ser considerado amor y qué no. Mónica Persano imaginó una historia de amor diferente con consecuencias altamente favorables.

Corría el año 2348 cuando los robots lograron su definitiva emancipación, su tan esperada homologación con los humanos.

Hasta esos tiempos, la convivencia entre ambos había resultado pacífica, sobre todo por el etnocentrismo reinante entre los humanos, que colocaba a los robots en un plano de inmerecida inferioridad.

Desde esta perspectiva, ellos debían realizar los trabajos pesados, monótonos, que los humanos no querían hacer como la limpieza de los hogares, el cuidado de los jardines, en fin, todo lo que tuviera que ver con tareas que demandaban un esfuerzo corporal, mientras los humanos se ocupaban de actividades intelectuales: trabajo en redes digitales, abogadociencia, cibermedicina y otras especialidades.

Ubicados en el punto soberano de la pirámide, los humanos fueron los responsables de la creación de los robots. Y, así como Pinocho logró emanciparse de Gepetto y adoptar una vida propia, de la misma manera los robots fueron creciendo en autonomía. Se organizaron en sindicatos y fortalecieron su unión de clase a través de marchas, manifestaciones y cacerolazos.

Ahora bien, lo que hace precisamente a mi historia tiene que ver con el momento en que una humana, escandalosamente bella e inteligente, se enamoró de Félix, un robot, que realizaba los trabajos de jardinería en su casa.

Lo que le atrajo de Félix fue esa fuerza que emanaba de su acerada figura, la sincronización de sus suaves movimientos pero por sobre todas las cosas, la enamoró la luz que irradiaba ese ser que espantaba el tedio de sus días.

La pasión creció entre ambos. El adoraba ese ardiente corazón femenino y ella amaba en él… casi todo.

Delfina, la joven, deseaba tener un hijo de Félix. Sabía que esa unión forjaría un cambio radical en el curso de la historia.

Un nuevo paradigma de maternidad quedó sellado a partir de ese momento.

El procedimiento fue muy parecido a la inseminación artificial, pues, dentro de Félix, se inoculó el semen de un hombre que Delfina eligió en un banco de semen.

La mujer tuvo sexo con el androide, como lo hacía normalmente y, por medio de un botón, le dio la orden para que se produjera la eyaculación.

Pasados unos meses, Delfina dio a luz un hermoso bebé humano, sin embargo, sus ojos tenían la frialdad de un témpano. Sus manitas eran diminutas tenazas metálicas. Y su coeficiente intelectual, tal como lo confirmaron los médicos, era superior al de un niño superdotado. Y para corroborar su elevada inteligencia emocional, el niño, al nacer, en vez de llorar se reía a carcajadas.

La matrix de Félix, pese a no haber participado en el mapa genético, impregnó a su hijo de muchos de sus rasgos y potenciales.

Cuentan los libros digitales de historia que se escribieron muchos años después, que HK47─ tal el nombre de este original híbrido y curioso humanoide ─ fue presidente del unificado planeta Tierra, ya abolidas para siempre las fronteras geográficas, culturales y lingüísticas y,  según quedó documentado, bregó por la integración humanos-robots con precisión inequívoca y ardiente pasión.

                                                                             

MÓNICA PERSANO

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