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CULTURA

20 de febrero de 2022

ENCONTRÁNDOME

¿Cómo sería dotar de vida y movimiento a los personajes mitológicos que pueblan los cuadros de los grandes museos de arte del mundo? ¿Qué preguntas podríamos hacerles a los cuadros?
Inés Hernández Igartúa se metió en la piel de la bellísima modelo que fue la Venus del espejo, el fabuloso cuadro de Diego de Velázquez, el más grande artista del barroco español, pintado entre 1647 y 1651, para imaginar la desnudez, la exposición, el arte…

          Horas a veces interminables, momento de creatividad para uno y para otros, cada uno en su lugar. Era estudiante de Humanidades y necesitaba trabajar pero debía ser un trabajo con libertad de horarios. Fue entonces cuando apareció la posibilidad de modelar, ser modelo en una clase de dibujo o pintura en Bellas Artes. A veces me pedían determinada postura o lo dejaban a mi imaginación y posibilidades, otras debía hacer cambios cada quince minutos; conseguir una postura cómoda y expresiva era todo un reto además de permanecer estática mientras otras manos se esmeraban con el carboncillo, el óleo o el lápiz para lograr plasmar una silueta. Era un tiempo brindándome a los demás, la mente volaba lejos de allí aunque me mantenía imperturbable, concentrada, siendo observada, absorbida milímetro a milímetro.

          Llegó el día del desnudo, era de frente apoyada contra una barra de ballet, adelantando una pierna semiflexionada, la mirada al piso, me sentí completamente despojada, ese día no pensé en nada, sólo miré el piso. Al terminar la clase y contemplarme representada en los lienzos me emocionó como si me viera por primera vez. El último encuentro del trimestre era otro desnudo, esta vez posaba de espalda al taller, tumbada de lado sobre una tarima con la cabeza de costado y la mirada en alto. Para mi sorpresa había quedado a cierta distancia, como objeto de utilería, un espejo grande frente a mí que no era parte de la escena y que devolvía la imagen de todos los alumnos del taller. Me sentí libre, ese día disfruté sus miradas, la observación sobre lo que estaban pintando, vi sus rostros apartándose de los caballetes, los vi tomar medidas con el pincel, y fui, por un momento, portadora de líneas, curvas, manos y pies, envuelta en un instante de arte.

                                                                                                          

INÉS HERNÁNDEZ IGARTÚA

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