Mi abuela María 

La abuela María revolvía el potaje, en la pequeña cocina en su casa en plena montaña de Asturias. Pensaba en su historia, en cómo se había casado con Eustaquio, un hombre que le llevaba 15 años. Él era guardia civil y tenía hijos de su primera mujer muerta hacía años.

No era fácil hablar con ese hombre, cuya mirada la asustaba. No lo eligió por amor, era la segunda hija en su familia y su padre se preocupó de que quedara soltera. Ya tenía dos niñas y esperaba una tercera para el mes de agosto. Pero sus pensamientos volvían a aquella adolescencia plena de momentos libres en el bosque, los que disfrutaba con su hermana menor. Su marido jamás aprobaría semejante licencia; apenas llegaba a la casa, revisaba los rincones para encontrar algo que le indicara que alguien había estado allí. Nada de lo que sucediera podía estar fuera de su control.

María suspiraba tocando su panza de 5 meses, sabía que las mujeres estaban hechas para ser madres. Tenía que desechar esos locos pensamientos de libertad que la llevaban una y otra vez al bosque cercano a la casa de su infancia.

Años más tarde, su hija Diana, la del medio, haciéndose cargo de su frustrado anhelo de libertad, decidió cruzar el mar, en un largo viaje en barco viaje que la llevaría a un mundo desconocido, en la ciudad de Buenos Aires. Allí, donde otros paisanos habían abierto el camino. Una ciudad febril, atormentada por movimientos sociales, llena de antagonismos, donde se dedicó a trabajar y a formar una familia.

Allá lejos, la abuela María, con una sonrisa de satisfacción, atesoraba la foto de su hija, la que se había atrevido a la transgresión que las demás mujeres del clan nunca pudieron intentar. 

                                                                                                                      María  Alicia Álvarez