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EL CLIMA EN Buenos Aires

EL RECOPILADOR

13 de junio de 2022

Los complicados desembarcos de ayer.

Un respetable barco a velas cuyo calado excedía del fondo del Río de la Plata.

Por: Francisco Álvarez (El Recopilador)

Historias cercanas.
Halladas a la vuelta de una esquina.

 

Hacia 1860, la llegada al puerto de Buenos Aires en muchas ocasiones se convertía para el desconocedor pasajero en una nueva aventura dentro de la propia aventura de atreverse a venir a nuestras tierras. Tras un largo viaje, cruzando las cuasi infinitas aguas del mar Atlántico, la llegada a Buenos Aires se limitaba a alcanzar la entrada al estuario del barco que le tría, lugar donde la profundidad del río impedía a su calado poder seguir avanzando y que dando anclado el mismo allí.

Entonces ahí debía descenderse a pequeñas naves de mucho menor porte y calado, en las cuales se producía la aproximación al “puerto” –que no lo era- y donde en otros casos se debía hacer un segundo transbordo a botes a remos o a carros tirados por caballos, que lo hacían con el agua al pecho, hasta lograr poner sus pies en tierra firme, o resbaladizo barro. Todo esto incluyendo también sus maletas, baúles y bolsas, con lo que mudaban algunas familias numerosas de modo completo.

Buenos Aires, puerto sin muelle, sus embarques
y desembarques toda otra aventura.

 

Dicho así… hasta podría tener cierto romanticismo, pero, lo cierto es que raramente encontramos en la historia de estos desembarcos, las realidades climáticas de nuestro caprichoso Río de la Plata.

¿Imaginamos las circunstancias de tener que hacer estas rutinas de desembarco, compartiendo ello con tormentas, temporales, caída de rayos, fuertes sudestadas  brumas, nieblas, sobre las  temperamentales aguas de nuestro río? 

    En caso de llegar al estuario con tormenta, se permanecería a bordo como si fuese una tormenta más, de las que posiblemente hayan tenido ya en la gran travesía, a la espera que amaine. Pero… si se estaba en las etapas finales, ya sobre las pequeñas barcazas o sobre los carros de caballos, ya no había ni pausa ni marcha atrás y había  que encomendarse al santo de su preferencia,  hasta lograr alcanzar el muelle de la Aduana de Taylor, con sus grúas y tres líneas de rieles para el paso de pequeñas vagonetas de cargas, con ingreso directo al edificio, conjunto de algo que pretendía llamarse puerto.

La Aduana de Taylor tenía su muelle, pero carente
de calado que no admitía el amarre de los barcos grandes.

 

Hoy, mismo viaje, pero en avión. 

Y al bajar del mismo, nos quejamos que corremos para ganar lugar en Migraciones. Nos quejamos por la hora de cola en Migraciones. Nos quejamos porque en la cinta no llegan nunca nuestras maletas. Nos quejamos  porque el carrito portamaletas que tomamos tiene una rueda trabada. Nos quejamos porque el remisse del aeropuerto tiene alta demanda y debemos esperar media hora. Y luego nos quejamos porque no le funciona el aire acondicionado. Y nos quejamos solo por llegar a casa luego de dos horas de bajar del avión!!! 

Nuestras eternas colas en migraciones.

 

Y qué pensarían de nosotros, aquellos viajeros del pasado sobre estos quejosos del presente, que nunca supimos de aquellos bravos desembarcos? 

 

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